La tragedia ferroviaria en Santiago de Compostela ha sacudido los sentimientos y emociones que nos caracterizan como personas y como sociedad. Cuando surgen los retos, cuando nos salen al paso las dificultades es cuando tenemos oportunidad de conocer mejor a nuestros semejantes. La forma de reaccionar ante lo imprevisto, cuando se viene abajo el orden natural de las cosas, contribuye a esbozar un retrato invisible de nuestra personalidad, el mapa de nuestros sentimientos más espontáneos, más sinceros. La quiebra de la cotidianidad que supone una tragedia como la sufrida por los pasajeros del tren accidentado en Santiago de Compostela constituye un test y un espejo formidable donde se refleja la parte esencial de las personas. Un registro que detalla su grado de humanidad, su capacidad de empatía, la calidad de sus emociones. El catálogo de reacciones es múltiple y variado. Y no sólo considerando a quienes han vivido la tragedia de cerca, sino a quienes la han seguido a través de los medios de comunicación y de las redes sociales. En esa relación hay que destacar a quienes se lanzaron inmediatamente a prestar ayuda de forma voluntaria y solidaria. A quienes se condolieron en la distancia y facilitaron, cada uno en la medida de sus posibilidades, aquellas iniciativas que contribuían a ir disolviendo el caos inicial: facilitando consejos, retuiteando información telefónica y peticiones sobre los grupos sanguíneos que se necesitaban urgentemente en los quirófanos… Para quien se entera del accidente en la distancia, una de las reacciones más gratificantes es constatar que la solidaridad triunfa y enseguida se forman colas de vecinos de Santiago que acuden a donar sangre para los heridos. Pero en las redes sociales no sólo estuvieron activos aquellos que expresaron su dolor, sus condolencias y su ánimo. O aquellos otros que proporcionaban la denominada ‘información de utilidad’. También acudieron raudos los pescadores de aguas revueltas, dispuestos a pontificar e interpretar en clave ‘política’ la tragedia. Qué valor. En 2001 publiqué una entrevista amplia con Javier Cercas a raíz del éxito que estaba logrando con su novela ‘Soldados de Salamina’. Recuerdo que hablamos sobre héroes y que le pregunté por la definición de héroe que da Savater: aquel que no olvida su destino, su misión. A Javier Cercas le gustó mucho esa fórmula. «Esta muy bien», dijo. «Yo añadiría que el héroe es el que tiene algo misterioso y extraordinario, que es el instinto de la virtud. El hombre que acierta». Yo creo que los ‘héroes’ en Santiago de Compostela son los que antepusieron su sentido del deber y su empatía social de manera inmediata, con el «instinto de la virtud». Los vecinos que acudieron junto con los bomberos, los equipos de emergencia y las fuerzas de seguridad para ayudar en lo que podían. Gente que se olvidó de su huelga o de su libranza y se fue a trabajar convencida de que era necesario su esfuerzo. Personas que supieron establecer con tino las prioridades de lo urgente. Ciudadanos capaces de reaccionar con instinto solidario ante el cataclismo de la adversidad. Esos son los héroes.