>

Blogs

Pintadas e Internet

Las pintadas han desaparecido de la paredes, aunque algunas sobreviven como okupas en las redes sociales. Con menos riesgos y tal vez con más repercusión. La pintada siempre ha representado un ejercicio de rebeldía, conserva algo de clandestino, el brochazo apresurado de los proscritos del poder. De cualquier poder.
Con el combustible de la transgresión, quien deja su mensaje incendiario en los muros o en las puertas de los servicios públicos está satisfaciendo antes que una reivindicación, esa necesidad tan primaria de proclamar: «Fulanito de tal estuvo aquí». No quiero decir que las antiguas pintadas no tuvieran una clara intencionalidad política, poética, sindical, humorística…, sino que en la naturaleza del impulso primaba acaso el carácter testimonial sobre el reivindicativo.
Alguna vez he contado la impresión que me produjo en los años previos a la transición democrática la pintada que leí en el lavabo de una cafetería salmantina. Alguien había escrito con rotulador negro: «Lee a Marx». Y en otra línea: «Lee a Marcuse». Pasados unos días apareció, escrito en rotulador rojo y como tercer renglón: «Lee Van Cleef». (Para los más jóvenes aclararé que esa tercera recomendación no es ninguna sugerencia lectora sino el nombre de un actor –de ahí el quiebro– entonces muy famoso por películas de éxito como ‘La muerte tenía un precio’ o ‘El bueno, el feo y el malo’.
Años después, en 1978, leí un libro que todavía conservo y que me resultó una revelación: ‘La libertad en el W.C. Para una sociología del graffiti’, de Federico Gan Bustos. En el prólogo del libro Román Gubern escribe unas palabras que podrían aplicarse en estos momentos a algunos comentarios y mensajes en las redes sociales. «El graffiti es probablemente de todos los medios de expresión», señala Gubern, «el más libre y espontáneo, el que remite a un automatismo más puro, protegido como está por el anonimato y libre de toda censura externa. Con su caudal de confesiones, exabruptos o improperios, el grafiti ofrece elementos riquísimos para una sociología del submundo que yace bajo las apariencias y conductas sociales ‘respetables’, que son las que todos –o casi todos– adoptamos en la vida de intercomunicación cotidiana».
En ese libro pueden leerse auténticos disparates y verdaderas joyas de humor. Grafitis y pintadas de gente capaz de reírse de los nacionalismos, de la filosofía, de la represión sexual y por supuesto de la atmósfera política de la época: «La única pasión de mi vida ha sido el miedo (Hobbes) y comerme una rosca pero no lo he conseguido».
Yo sigo prefiriendo la contundencia comunicativa de la pintada, como en la película ‘El Sur’, cuando el jovencito Carioco escribe con tiza en la pared de su amada: «Te quiero» y lo acompaña a modo de firma con su autocaricatura. O esa pintada setentera que con la crisis nos resulta surrealista: «¡Libertad para mi padre, cuarenta años en una fábrica!». Y la última, recién aparecida en una carretera española: «Rajoy, rajao». Para que luego digan que ya todo es Internet.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


diciembre 2015
MTWTFSS
 123456
78910111213
14151617181920
21222324252627
28293031