España tiene una deuda con Cervantes y temo que no se saldará en este 2016 en que se cumplen 400 años de su muerte. En un país donde la factura con ‘El Quijote’ encabeza desde hace siglos la montaña de impagados el compromiso con su autor es aún más grande pues su figura permanece sepultada entre la proyección universal de sus personajes y el contumaz olvido de sus compatriotas. Si ‘El Quijote’ fue traducido y recibido con aplausos desde el primer momento en Inglaterra –de ahí la nutrida lista de seguidores, admiradores y epígonos– en España no ocurrió lo mismo hasta casi dos siglos después, es decir, hasta que sus méritos nos llegaron agigantados por el prestigio ganado fuera de su tierra.
Según el barómetro del CIS, solo uno de cada cinco españoles confiesa haber completado la lectura de ‘El Quijote’ y entre ellos, más de la mitad, el 54,1% reconoce que lo hizo «por motivos de estudio». En fin, como en las películas americanas: «no hay más preguntas, señoría».
En ‘El cuaderno gris’ cuenta Josep Pla la sorpresa que le causó la lectura en enero de 1919 de ‘Vida de Don Quijote y Sancho’, donde Unamuno presenta a Cervantes como «un pícaro» mientras que Xènius (Eugenio d’Ors) sostenía que Cervantes es un ‘pícaro’ «que se convierte, en la segunda parte de la obra, en un irónico trémolo de blando sentimentalismo». A mí lo que me llama la atención sin embargo es la interrogación que abre unas líneas más abajo el propio Pla: «Me pregunto por qué razón no se habla nunca de Cervantes tal como realmente fue: un hombre muerto de hambre, de asco y de tristeza. Es la impresión que da permanentemente a cualquier persona normal que lo lea».
Desde hace años conservo un facsímil del memorial que Cervantes dirigió en mayo de 1590 al Presidente del Consejo de Indias solicitando que se le concediera algún puesto en América en compensación por sus muchos servicios prestados a Su Majestad tras haber combatido en Italia, haber sido herido en la batalla naval de Lepanto, su paso por Túnez y Orán, sus años de cautivo en Argel después de ser capturado en la galera Sol, hasta sus servicios en Portugal o en Sevilla. De ese texto, de casi la misma extensión que una de nuestras Carta al Director, lo que me asombra es la capacidad para resumir en pocas líneas una vida tan densa como la de Miguel Cervantes a sus 43 años de edad, y sobre todo la respuesta que obtiene del Consejo de Indias, la fría y escueta anotación al margen de la instancia en la que se resuelve la negativa únicamente con nueve palabras: «Busque por acá en que se le haga merced». Es decir, llame a otra puerta para ver si le atienden.
Con años y días internacionales para todo, ¿cómo no un año Cervantes? Desde luego que sí. Porque la mejor forma de homenajear a un autor es leyendo su obra, en especial ‘El Quijote’, ese libro genial que de niño hace reír, de joven hace pensar y de viejo hace llorar.