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GOYA EN CÁCERES

La Fundación Mercedes Calles regaló ayer a Cáceres la posibilidad de dos viajes, uno real y otro imaginario. El real está formado por los 218 grabados de Goya pertenecientes a las series ‘Los Caprichos’, ‘Desastres de la Guerra’, ‘La Tauromaquia’ y ‘Los Disparates’. El viaje imaginario puede hacerlo cada espectador de la muestra al recrear grabado a grabado la España que dibujó Goya y establecer –sin prejuicios– la distancia que nos separa de aquel país y de aquella gente.
«El sueño de la razón produce monstruos», proclama uno de sus más famosos grabados. Y él mismo dejó escrito: «La fantasía, aislada de la razón, sólo produce monstruos imposibles. Unida a ella, en cambio, es la madre del arte y fuente de sus deseos».
Goya no fue un simple notario sino un testigo. La suya no es la mirada de esas cámaras automáticas que popularizó la fotografía el siglo pasado. Es la visión de un hombre que trasciende lo que ve porque sabe ordenarlo, interpretarlo y establecer su jerarquía. Igual que el reportero ante una sucesión de hechos que precisan la ‘razón’, la inteligencia, para que no reflejen tan solo una sucesión de desgracias.
Esa atmósfera antigua y esos detalles tan esencialmente bárbaros que nos asombran en ‘Los Desastres de la Guerra’ no resultan tan macabros cuando reparamos en las hecatombes que acarrearon las dos últimas guerras mundiales o el apocalipsis en Europa de la guerra civil española, la guerra de los Balcanes o los sucesivos terrorismos (etarra, checheno, yihadista…) que perturban la convivencia y la razón.
La obra de Goya no puede considerarse optimista ni pesimista en sí misma. No es una respuesta, como toda gran creación, plantea antes que nada interrogantes, preguntas. Y deja al espectador que sea él quien saque las conclusiones. En ese sentido diríamos que Goya es además de un pintor y grabador, un periodista. Un buen periodista que ofrece datos (hechos) para que el espectador reflexione sobre ellos.
No obstante, siempre cabe el optimismo de quienes consideran enorme la distancia que separa a la España actual de aquella España que vivió y sufrió el genial Francisco de Goya. Del mismo modo que cabe el pesimismo de quienes repararán en lo que se denomina la condición humana y concluirán que en el fondo, en cuanto se rasca un poquito bajo la piel del hombre, asoma aquello que César Vallejo decía del hombre de Extremadura: «oigo bajo tu piel el humo del lobo, / el humo de la especie».
En un país de excesos y pasiones desatadas en que se teatraliza con pasmosa frivolidad hasta las sesiones de investidura del presidente del Gobierno, Goya no hubiera parado de pintar. Yo le imagino estos días tomando apuntes en el Congreso de los Diputados para ilustrar, por ejemplo, los dos famosos ‘Epitafios’ de Ezra Pound: «Fu I amaba las colinas y las altas nubes, / ¡ay!, murió por culpa del alcohol». «Y también Li Po murió borracho. / Intentó abrazar la luna / en el río Amarillo». Aunque no sé si los hubiera incluido en Los Disparates o en Los Proverbios.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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