En política hay palabras, frases y modismos que nacen, crecen y se reproducen con la misma fortuna que el camalote en el río Guadiana. ¿Quién no ha oído hablar de «postureo», de «líneas rojas», de «explorar nuevos pactos» o del socorridísimo «ejercicio de responsabilidad»? Seguro que las hemos oído e incluso utilizado en más de una ocasión.
Simples lemas que funcionan como mantras: «un gobierno por el cambio», «fuerzas de progreso», «compromiso con la gente»… o locuciones que llegan a mestizarse con giros populares nacidos en gabinetes de comunicación, en agencias de publicidad o en laboratorios de análisis político: «lo primero el empleo», «sí se puede» o «XX, lo único que importa».
Si le dedicamos un momento al asunto, probablemente nos venga a la memoria un montón de ejemplos. Sin embargo, con ser importantes dichas frases apenas constituyen la espuma de la ola, la mera epidermis de la visión, del maquillaje mediático con que cada uno percibimos a los políticos y vinculamos a las opciones políticas. Pero ese conjunto de expresiones procedente de las llamémosles «órbitas oficiales» son únicamente una parte del sistema, una impresión parcial; el otro conjunto de expresiones procede del hombre de la calle y está formado por giros políticamente nada correctos. En vez de simple «postureo» oirá hablar de «mamoneo»; en vez de «un ejercicio de responsabilidad» escuchará: «estos solo van a las suyas» o «se están dedicando a marear la perdiz»; cuando se trate de ponderar sus conocimientos o preparación no escuchará referencias a sus currículos y trayectorias profesionales, si acaso un despectivo «ellos saben más que los ratones coloraos».
No escuchará elogios a su ecuanimidad sino a su «oportunismo»; ni loas a su inteligente humildad, sino a su «egocentrismo enfermizo». Será raro el político (aunque creo que hay más de uno) al que se le defiende por su bondad y sinceridad y no por la «capacidad para la doblez, para la mentira» o por su confesa devoción maquiavélica…
En periodismo se ha citado infinidad de veces la famosa frase de Ryszard Kapuscinski: «Las malas personas no pueden ser buenos periodistas», o su libro: «Los cínicos no sirven para este oficio». Algo así aseguraba esta semana en una entrevista Howard Gardner, el neurocientífico autor de la teoría de las inteligencias múltiples: «Una mala persona no llega nunca a ser buen profesional». Cuando se trata de ‘políticos profesionales’, la advertencia resulta aún más inquietante, aunque consuela según las teorías del profesor de la Universidad de Harvard que el inveterado –y creo que universal– dicterio referido a los políticos: «Son todos iguales», no sea cierto al menos desde la perspectiva científica, pues cada ser humano es por definición «único e inclasificable». Menos da una piedra.
Al margen del ‘discurso’ político habrá que concluir con Sócrates que solo el conocimiento es un bien, frente al mal de la ignorancia y respirar tranquilos con Einstein porque «La imaginación es más importante que el conocimiento».