HABÍA un viejo maestro que cuando algún escolar se aturullaba y empezaba a contestar a las preguntas de forma confusa, extendía su mano izquierda con la palma abierta y dando unos pequeños toques sobre ella con la otra mano le decía: «Déjate de cuentos, y échame aquí la sustancia». La sustancia, sin circunloquios, se resume en un titular informativo: «Liberbank reducirá su plantilla en cerca de 1.000 empleados». Liberbank es la entidad bancaria creada por Cajastur-Banco CCM, Caja Cantabria y Extremadura. El nuevo plan de reducción de empleo del grupo se hará mediante bajas voluntarias e incentivadas y a través, claro está, de la negociación con los sindicatos. Hasta ahí los datos.
En las sociedades superutilitarias como la actual, los valores de uso, de cambio y mercantil quedan muy a trasmano –imagino que también para el señor Rosell, presidente de la patronal– y el valor supremo es el monetario, el verdadero ‘becerro de oro’ al que se tributa adoración para que no se resista el sistema. Sin embargo, el ‘becerro de oro’ tan solo es un ídolo, el dios por descontado es el sistema. ¿Les suena el mantra ‘crisis sistémica’? Dos palabras que perfilan ese mal abstracto percibido en el imaginario colectivo como algo ‘inexorable’, igual que las plagas bíblicas o una hecatombe para la que no existe vacuna: la peste negra que asolaba Europa en la Edad Media, por ejemplo. El mal como maldición.
Es verdad que el panorama no invita al optimismo, pero la experiencia demuestra que a veces la historia no avanza siguiendo las líneas previsibles de un determinismo de piñón fijo. En ocasiones, por fortuna, se registran saltos cualitativos y avances en zigzag. «Ni el pasado ha muerto ni está el mañana, ni el ayer escrito», que apuntó Machado.
De todas formas, yo no quería hablar hoy de los problemas cotidianos de las sociedades utilitarias como la nuestra, sino ampliar el arco de la reflexión como en el sabio y popular poema de Kalil Gibran ‘Sobre los hijos’:
«Tus hijos no son tus hijos / Son hijos e hijas de la vida, deseosa de sí misma. / No vienen de ti, sino a través de ti y aunque estén contigo no te pertenecen. / Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos, / Pues ellos tienen sus propios pensamientos. / Puedes hospedar sus cuerpos, pero no sus almas, / Porque ellas viven en la casa del mañana, que no puedes visitar ni siquiera en sueños. / Puedes esforzarte en ser como ellos, pero no procures hacerlos semejantes a ti / porque la vida no retrocede, ni se detiene en el ayer. / Tú eres el arco del cual tus hijos, como flechas vivas, son lanzados (…). / Deja que la inclinación en tu mano de arquero sea hacia la felicidad».
Imagino que todos aspiramos a dejar en herencia a nuestros hijos una sociedad más justa y solidaria, más confortable y más segura. Pero sin determinismos. Sin aceptar ni imponer de manera fatalista el mañana. Y así como a los padres no les facilitan un manual de instrucciones personalizado para saber cómo tienen que colocar el arco desde el que sale la flecha, tampoco la sociedad dispone de programas preinstalados para saber cómo se conquista, a piñón fijo, un futuro mejor.