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A los del lado oscuro

La condena a quienes se dedican a insultar amparados en el anonimato de los foros digitales resulta ya asunto recurrente y lleva camino de convertirse en un nuevo género literario. ¿Quién no ha maldecido la despreciable tarea del trol que arremete con ánimo malicioso e injurioso? El último escritor al que he leído quejarse amargamente de esta práctica es a Felipe Benítez Reyes, que el sábado pasado firmaba su columna en HOY con el título ‘Los ocultos’ y en la que advertía: «Lees en pantalla un artículo o una noticia y sabes que lo espeluznante empieza tras su punto final, en esa sección de comentarios en que unos seres con nombre de robot o de mascota exhiben su desprecio no ya por la gramática y la ortografía, no ya por el criterio ajeno, no ya por las técnicas budistas de control sobre las emociones, no ya tal vez por sí mismos, sino también, y sobre todo, por la facultad de distinguir un razonamiento de un vómito» (…) «Gente que solo hecha espumarajos por el pensamiento cuando se siente a salvo en su cueva, bajo el amparo de un pseudónimo».
Supongo que ya habrá alguien preparando la correspondiente antología de textos en los que se condena y refuta a los troles odiosos. Sin embargo hay que reconocer que no estamos ante una práctica nueva; lo nuevo es el canal o los medios a través de los que se insulta o se emborrona la inteligencia. Los insultos supongo que tienen la misma edad que la humanidad. Y son insoportables cuando no lucen el blindaje del humor sino únicamente la carga de la maldad, del daño gratuito, del puro energumenismo zoquete. ¿Quién no ha disfrutado por ejemplo con el ingenio y la inteligencia que revelan los legendarios insultos que recoge Borges en ‘Arte de injuriar’? Como aquellas palabras que él atribuye al doctor Johnson: «Su esposa, caballero, con el pretexto de que trabaja en un lupanar, vende géneros de contrabando». La quintaesencia de la injuria. O la reacción del caballero al que en una discusión «teológica o literaria», le arrojan a la cara un vaso de vino y sin inmutarse contesta al ofensor: «Esto, señor, es una digresión; espero su argumento». ¿Alguien imagina una respuesta equivalente ante el trol que garabatea sus infamias en un foro digital?
Lo mejor es la callada por respuesta. Antes y ahora. «De todas las reacciones posibles ante la injuria, la más hábil y económica es el silencio». La frase no pertenece a ningún consultor o experto en foros digitales y redes sociales. Esa frase la acuñó el sabio español Santiago Ramón y Cajal, aunque acaso pueda resultar chocante en un país donde ha alcanzado categoría de lema nacional una consigna con variantes paradójicas: «Que hablen de uno aunque sea bien» y «Que hablen de uno aunque sea mal».
De todas formas, yo creo que lo peor de los troles no son los atentados mostrencos a la buena educación sino sus disparates contra la inteligencia. Y en ese sentido, aún sin proponérselo, ellos también forman parte de un ecosistema a cuya mejora contribuyen indirectamente porque ayudan a que la luz y la razón se sobrepongan a las sombras.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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