Dos de las noticias que han acaparado la atención durante las últimas horas tienen que ver con reparto de dinero. La primera se resume en este titular: «Rajoy intenta seducir a Cataluña con 4.200 millones en infraestructuras». La segunda tiene otro cariz: «Amancio Ortega dona 320 millones para renovar equipos oncológicos en España». Ya pueden imaginarse cuál de ellas arrasa en el balcón de las redes sociales.
Con el dinero donado por el empresario de Inditex podrán adquirirse 290 equipos de última generación destinados a hospitales públicos de todas las comunidades autónomas. Esa misma noticia subraya el hecho de que cada año se diagnostican en España más de 200.000 nuevos casos de cáncer, de los que al menos un 60 por ciento precisan tratamiento por radioterapia en algún momento de su evolución.
No es la primera vez que la Fundación Amancio Ortega colabora en programas de apoyo a la oncología española. Ya lo hizo con anterioridad en dos comunidades autónomas: su Galicia natal y Andalucía, a las que donó 17 y 40 millones de euros respectivamente para la compra de mamógrafos digitales, nuevos aceleradores lineales y nuevos equipos de radioterapia.
La decisión de donar –con el beneficio aparejado de la desgravación fiscal, claro es– suscita una variedad de opiniones sustentadas en dos pilares básicos, los que se muestran radicalmente en contra y argumentan cosas así: «No queremos caridad sino justicia social»; «solo sirve para lavar su conciencia y desgravar a Hacienda»; «dona porque paga sueldos de miseria a trabajadores de países subdesarrollados» o «dona una parte ínfima de su fortuna»… Y enfrente las opiniones, creo que mayoritarias, de quienes responden: «Ya podían aprender los políticos»; «necesitamos doscientos empresarios como Amancio Ortega»; «noticias así me hacen recuperar la fe en la humanidad» o «seguro que no faltará quien critique también que alguien done esa millonada para la lucha contra el cáncer».
La noticia de Amancio Ortega me trae a la memoria la entrevista que hice al filántropo e intelectual Diego Hidalgo Schnur en 2010, cuando arreciaba el vendaval de la crisis económica y financiera por medio mundo. Hidalgo, consciente de los efectos que provoca la globalización sostenía que los mercados, por naturaleza, «ni se autocorrigen, ni se autorregulan ni se autoequilibran». En resumen: los mercados jamás buscan una justificación ética propia, quizás porque el dinero, como es sabido, no tiene patria y los mercados financieros no tienen alma.
¿Cambiarán esos principios ‘solo’ por efecto del voluntarismo o de los reproches que desde las redes sociales se ‘escupan’ a los grandes empresarios o a las grandes corporaciones internacionales? Allá cada cual con su optimismo… Así que teniendo en cuenta la acendrada falta de ética de los mercados y el carácter apátrida del dinero, me parece que las preguntas claves no hay que plantearlas sobre la donación de Amancio Ortega, que es suya, sino sobre la donación millonaria que recibirá Cataluña, que es nuestra.