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Oficio de tinieblas

«Un
virtuoso del violín y su música pasan inadvertidos en el metro»

(De los periódicos)

 

 

Sabía que nadie le aguardaba tras la
puerta. Y menos a esa hora. Había salido de su casa antes de amanecer, cuando
las calles son un naufragio de solitarios que desembocan en la rutina;
avanzando por el pasadizo de sombras y neones, pegándole patadas a los tobillos
de la mañana, soñoliento aún de esquinas y autobuses. Cuando llega al trabajo,
siempre con el pequeño maletín a cuestas, no se deja ganar por la desazón de
una tarea gris, mortecina, que le tiene resacoso el ánimo, como si se lo
hubiera enturbiado con un licor infame.

«Otro día», se dice en voz baja, mientras
se dispone a ordenar el montón de papeles. Está solo y sus compañeros y su jefe
tardarán en llegar. «¿Quién me manda ser el que abre y el que cierra esta
oficina? A mí no me pagan por esto. Tengo que hablar con el jefe. Y buscar una
solución».

A media mañana las dependencias parecen
una feria; no por la actividad, apenas frenética, sino por la animación en
torno a las mesas de los funcionarios, que ríen con grandes carcajadas
festejando el humor de los más desenfadados. Él también se ríe, pero se
concentra en el trabajo con una responsabilidad algo agobiante y por nada del
mundo consiente que le gane el pulso la despreocupación o la pereza.

Ignora
que sus compañeros le aprecian y le tienen reservada para hoy, cuando se
aproxima a la jubilación, la sorpresa de un regalo: otro violín con el que
podrá interpretar todos los días al salir de casa, cuando las calles son un
naufragio de solitarios, esa música desesperada y feliz que nadie se detiene a
escuchar entre las prisas del desconsuelo diario y que él lleva décadas
obsequiando a los madrugadores de su ciudad antes de acudir fielmente al
trabajo. Como un virtuoso.

Temas

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


abril 2007
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