En la habitación de mi piso de estudiante
tenía algunos viejos carteles sobre la Revolución de Octubre, en contra de la ocupación
de Praga por los soviéticos, sobre la sangría de la emigración en Extremadura y
otro con un poema de Kalil Gibran de su libro ‘El Profeta’.

Con veintipocos años aquellos versos me
parecían un decálogo de eterna sabiduría: «Vuestros hijos no son vuestros
hijos. / Son los hijos e hijas de la vida, deseosa de perpetuarse. / Vienen a
través vuestro, pero no vienen de vosotros. / Y aunque están a vuestro lado, no
os pertenecen. / Podéis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos. /
Porque ellos tienen sus propios pensamientos».

Kalil Gibran te prevenía para que no
intentaras detener la vida ni distraerla con el ayer y recordaba con bellas
palabras que los padres son como un arco del que los hijos, como flechas
vivientes, salen impulsados hacia lo lejos: «El arquero es quien ve el blanco
en la senda del infinito y os doblega con su poder para que su flecha vaya
veloz y lejana».

Durante años recordé ese poema con
‘mirada de hijo’. Creo que lo interpretaba como un canto a la libertad
personal, alejado de cualquier
‘control’ familiar, lo que por entonces
me parecía una propuesta vital bien atractiva.

Transcurridos los años compruebo, en
efecto, que la vida ni se detiene ni se distrae con el ayer. Es más, la mirada
de hijo se ha tornado en la de padre, y aunque de momento no sienta la urgente
necesidad de que se vayan «veloces y lejanas» las flechas que han salido de mi
arco, empiezo a sospechar que en estos tiempos pocos estudiantes colgarían ese poema de Kalil Gibran como un banderín de
enganche a favor de la emancipación. Por la experiencia de otros amigos deduzco
que el asunto no es que las flechas vuelen veloces y lejanas, sino
sencillamente que los pájaros abandonen el nido y echen a volar de una vez.