Leo las últimas noticias relativas a Trump y sus propósitos respecto a Siria y no pienso en ‘El arte de la guerra’ sino en Napoleón: «La guerra es una lotería en la cual las naciones no deben arriesgar sino pequeñas sumas». Y otra frase que cuesta creer que el general francés no dijera pensando –‘anticipadamente’– en el propio Donald Trump: «Las locuras ajenas no nos harán jamás ser prudentes».
Enjaulado en su laberinto de desmesura y disparates, Trump prefiere olvidarse estos días de la pertinaz querella con el muro de la frontera de México y apostar todas las bazas de su imagen pública en el contencioso de Siria, convertido en un auténtico avispero donde se cruzan los intereses y las estrategias territoriales de Rusia, Irán, Israel, Arabia Saudí, China, Reino Unido, Francia, EE UU y la misma ONU.
El uso de armas químicas en Duma, cerca de Damasco, supuso la muerte directa de más de 40 personas, a las que hay que sumar las 500 personas atendidas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y un número indeterminado, según otras fuentes, que murieron y se encontraban en sótanos de Duma.
A través de su cuenta de twitter el presidente norteamericano anunció al mundo que se reía de las prevenciones de Rusia: «Rusia promete que abatirá cualquier misil lanzado sobre Siria. Prepárate, Rusia, porque están a punto de llegar, nuevos, bonitos e ‘inteligentes’», proclama matonamente antes de afearles a los de Putin que protejan al presidente Bashar el-Asad: «¡No deberíais ser socios de un ‘Gas Killing Animal’ que mata a su pueblo y disfruta con ello!».
Hay que frotarse los ojos para convencerse de que esas frases no pertenecen a cualquier parodia humorística o serie enloquecida de televisión sino que figuran ya en la historia porque constan en las hemerotecas y quien las pronunció preside –de momento– la primera potencia mundial.
No es la primera vez que Trump ordena un bombardeo en Siria. Mercedes Gallego contaba ayer en HOY desde Nueva York cómo en abril del año pasado Trump sorprendió al presidente chino Xi Jinping, con el que cenaba en su club de Mar-a-Lago, que en unos minutos (parece ser que se lo anunció con 6 minutos de anticipación, cuando les servían los postres) unos misiles Tomahawks lanzados desde un destructor que operaba en el Mediterráneo impactarían en la base siria de Shayrat, desde donde habían partido dos días antes, según EEUU, los aviones que atacaron con armas químicas una localidad cerca de Homs ocasionando la muerte de unos 80 civiles. Las pugnas de bloques entre la antigua Unión Soviética y Estados Unidos con perspectivas poco esperanzadoras tienen un antecedente nefasto: Afganistán, donde al poder soviético le sucedió el norteamericano con ‘socios’ como Bin Laden, de cuya evolución final poco cabía esperar.
«La experiencia es la enfermedad que ofrece el menor peligro de contagio» decía Olverio Girondo. Y a la vista de cómo están dispuestas las piezas en el avispero sirio (y de Oriente Medio) la esperanza de que caiga finalmente el tirano El-Asad parece tan improbable como que a Trump le abandone la locura y le gane la prudencia.