Si la economía es, como demuestra la experiencia, un estado de ánimo, la política es un estupefaciente; es decir, esa sustancia que nos altera los sentidos, provoca efectos sedantes o sensación de euforia y puede generar dependencia o adicción. Pero mientras las previsiones en materia económica constituyen un híbrido entre lo objetivo y lo azaroso, la política en nuestros días ha ido desprendiéndose de su base racional y ha devenido en puro acto de fe, en ese estupefaciente que nos seda ante la realidad cada vez más ingrata o, por el contrario, nos empuja a una euforia militante, entusiasta y artificial.
Tengo la impresión de que por esas dos bocas del túnel circula la mayoría: unos, ‘pasando’ cada vez más del espectáculo epidérmico de la política, alimentando su indiferencia, su descreimiento y su indignación, y los otros radicalizando sus posiciones desde una concepción fanática del partidismo y la visión sectaria de la realidad. O estás conmigo o estás contra mí. Anteojeras y sal gorda. En vez de análisis, simplificaciones; en vez de opiniones argumentadas y debates, chascarrillos a voleo y tópicos de argumentario. La impresión es de jaula de grillos o, peor aún, de diálogo de sordos.
En medio del apoteósico trollismo político —dentro y fuera de las redes sociales— en Extremadura nos aflige ahora la penúltima oleada de pesimismo tras el reportaje publicado en ‘El País’ con el título ‘Extremadura se ahoga’ y un subtítulo desolador: «Más de 400.000 extremeños viven solo con 700 euros al mes. 13.000 jóvenes se han marchado en los últimos cinco años». Quizás la sensación de desánimo no se produce por la novedad de los datos, —de sobra conocidos y divulgados por HOY repetidas veces—, sino por el hecho de verlos reflejados en un medio periodístico de ámbito nacional. La imagen en el espejo. Sin embargo, Extremadura no debería caer en una crisis de pesimismo porque vive en ella casi de forma permanente. Lo que tiene que hacer es reaccionar. Si en España los desastres de finales del siglo XIX alumbraron una catarsis formidable que aglutinó a la Generación del 98, tal vez en este prolongado declive Extremadura pueda cursar su particular catarsis y romper el círculo vicioso característico de la tierra: despoblación, envejecimiento y falta de infraestructuras, los tres jinetes del apocalipsis regional.
Por no hablar de otro estrago igual de endémico: la ausencia de una firme tradición industrial y empresarial. Lejos del singular ejemplo de los ‘indianos’, tan habituales en Asturias o en Cantabria, los emigrantes extremeños a quienes sonrió la fortuna no suelen regresar (con las naturales excepciones, claro está) para retomar la actividad en la que triunfaron fuera y contribuir a crear riqueza en la tierra que les vio nacer o donde nacieron sus padres y sus abuelos. Aquí los grandes proyectos empresariales están vinculados a personajes admirables que se han batido el cobre y crecido siempre entre nosotros: Alfonso Gallardo, Ricardo Leal, Atanasio Naranjo… Emprendedores con talento y a la fuerza. ¿Así que qué es más apremiante: el pez o la caña de pescar?