La retirada de la estatua de Colón en Los Ángeles a instancias del concejal Mitch O’Farrell por considerar que el navegante fue un ‘genocida’, me trae a la memoria un juicio de María Elvira Roca Barea respecto a los españoles y la historia: «El español no se defiende. Se limita a resistir», escribía la autora de ‘Imperiofobia y leyenda negra’ en un artículo que vio la luz este verano en la revista ‘Claves’. Su tesis central –desarrollada pormenorizadamente–, es que durante dos siglos y medio los historiadores españoles perdieron la batalla, «por incomparecencia», frente a la historiografía extranjera. Aunque este postrero derribo de la efigie del Almirante me parece que obedece más a la pura manipulación del ‘relato’ que a la falta de versiones históricas. Apear la estatua del pedestal es un intento burdo de ‘reescribir’ hechos que no vale interpretar con nuestra mentalidad, sin atender a otras circunstancias. La figura de Colón soporta mucho mejor el juicio de la historia que la de cualquiera de los colonizadores de origen europeo que esclavizaron o concentraron en reservas, como rebaños de animales, a los «pueblos Indígenas, Aborígenes y Nativos» que ahora sus descendientes dicen defender con acciones demagógicas y campañas populistas a río revuelto. Así cualquiera. Como los tuits de Trump.
Lo cierto es que este tipo de noticias, que a veces se suceden con la regularidad de las estaciones en el calendario, casi nunca contribuyen a un debate provechoso acerca de la evolución de las sociedades y el conocimiento verdadero de la Historia, sino que son fruto de campañas interesadas y cortoplacistas en las que se apela a la sentimentalidad interesada de la ‘tribu’, de lo próximo, y no a los factores racionales de la ciudadanía y del hombre sobre la base de valores esenciales. Pura estrategia.
Con el ‘proceder’ del concejal Mitch O’Farrell no hay periodo de la historia de las civilizaciones que resista. Y lo malo es que quizás él lo ignora. Si el deseo de condenar la ‘conquista’ o ‘colonización’ de una sociedad nos obliga a deponer las efigies o el recuerdo de los personajes relevantes, habrá que aplicar la goma de borrar en cascada y pasar de árabes y judíos a godos, romanos, iberos, celtas, tartesos, fenicios, griegos… hasta remontarnos a los antepasados de Lucy en África y del Homo antecesor en Atapuerca… Y lo mismo con las civilizaciones que se extendieron por el continente americano. Las estatuas que O’Farrell erija hoy serán derribadas mañana. Y así sucesivamente. Yo recomiendo a este concejal de Los Ángeles que lea el famoso cuento ‘La oveja negra’, de Augusto Monterroso, que trata precisamente de estatuas. Acaso compruebe enseguida lo equivocado de su afán derribador…
Cuando empiezan a resultar habituales las mentiras y ‘posverdades’ fruto de premisas falsas, no hay que hacerle el juego a quien trampea con la historia. Anota Joubert: «La verdad se parece al cielo, y la opinión, a las nubes»; es decir, la verdad tiene un color y es única, las opiniones son por definición libres y múltiples. No hay que sulfurarse.