Acabo de leer el discurso del periodista y escritor José Julián Barriga en su recepción como miembro de la Real Academia de Extremadura. Luce un título largo: ‘La contribución de los pensadores a la prosperidad de los pueblos. Aproximación crítica a la historia de Extremadura’, pero una conclusión sucinta y contundente: «Extremadura ha sido pródiga en producir pensamiento, pero huraña en retenerlo. Ha ido desalojando sucesivamente a sus pensadores y a sus hombres de acción. No busquen otra causa o razón del retraso de Extremadura que la de la expulsión del talento. Es falso y estúpido decir que los dioses nacieron en Extremadura y que fue un territorio poblado de genios. Lo malo es que sus pensadores, la inmensa mayoría de ellos, nacieron pero no vivieron en Extremadura. Preguntémonos cuál es la solución definitiva para remediar el atraso de Extremadura. En mi opinión, solo existe una alternativa: retener la inteligencia, mantener el talento».
Con anterioridad, confiesa José Julián Barriga otras certezas: el binomio inteligencia (pensadores) y progreso económico es constante en el devenir de la humanidad, sin que ello signifique, argumenta, que haya pueblos mejor dotados en orden a la inteligencia, aunque sí «sociedades que gestionan mejor que otras sus capacidades intelectuales y, sobre todo, saben retener el talento en su propio territorio».
Estructurado en tres grandes periodos históricos en los que se constata su esplendor: «los tiempos de Augusta Emérita, el siglo de Oro y de los Conquistadores y el empuje intelectual del siglo XIX», Barriga desmenuza en su discurso esas etapas con el apoyo y la cita de autoridad, entre otros, de Antonio Rodríguez Moñino preguntándose qué provincia o región española podría reunir durante el siglo XVI un haz de nombres como los de «Torres Naharro en teatro, místicos como San Pedro de Alcántara, escriturarios como Arias Montano, médicos como Arceo, historiadores como Hernán Cortés, filósofos como Fr. Luis de Carvajal, filólogos como El Brocense, músicos como Juan Vásquez, teólogos como el padre Maldonado, matemáticos como el cardenal Silíceo, poetas como Francisco de Aldana, épicos como Luis Zapata».
Un discurso que repasa de manera crítica la historia de Extremadura pero sin ensombrecer el pasado ni regodearse en el pesimismo. Al contrario, se reivindican figuras –y testimonios– como los de Pedro de Valencia, Juan Meléndez Valdés, Felipe Trigo, Roso de Luna, el oliventino Tomás Romero de Castilla, Publio Hurtado… Sin bajar del pedestal, tampoco, a los siete extremeños que «conforman la nómina de los grandes colosos de la Conquista: Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Núñez de Balboa, Hernando de Soto, Pedro de Valdivia, Francisco de Orellana y Pedro de Alvarado».
Con encomiable capacidad analítica, J. J. Barriga huye del retoricismo academista y lo mismo cita a Yuval Noah Harari que al León Leal que en 1921 denunciaba el porcentaje escandaloso de terratenientes absentistas que se daba en la provincia de Cáceres. Yo creo que Barriga ha escrito un texto que conviene tener a mano y releer en Extremadura. Como diagnóstico, como recordatorio y también como alarma. No en balde, entre sus páginas zumba el eco de una cita tempranera –e inquietante– de Montaigne: «Nadie está mal mucho tiempo sino por su culpa».