Cada vez que veo un cómic llevado al cine y me gusta, me pregunto qué sentiría si esa película hubiera podido verla en el momento en que leía aquellas viñetas. Los cinéfilos y comiqueros de toda la vida no hemos tenido la suerte de ver llevadas a la pantalla con la elegancia y la calidad que exigían las obras de la Edad de Oro, aquellas que nuestros padres (la generación de la guerra civil) conocieron a través de revistas como El Aventurero y nosotros en la colección Héroes Modernos de Editorial Dólar (años sesenta). Me refiero a autores como Alex Raymond, Lee Falk o Harold Foster y personajes como Flash Gordon, El príncipe Valiente o El Hombre Enmascarado. Ninguno de ellos ha tenido una película medio decente, pese a ser el equivalente en cómic a lo que en la historia de la pintura serían Miguel Angel o Leonardo.
Esto viene a cuento a raíz del visionado de “Doctor Strange”, que me ha hecho reconciliarme con las películas Marvel, de cuyas últimas entregas salí bastante decepcionado. Y es que este neurocirujano que se transforma en un mago con poderes místicos, me ha hecho recordar a otro héroe de papel de nuestra infancia : “Mandrake el mago”, un prestidigitador de asombrosos poderes, que también hacía incursiones en universos paralelos y tenía escarceos con alienígenas, acompañado de su fiel ayudante Lotario y su prometida la princesa Narda. Incluso Fellini intentó llevarlo al cine encarnado por Marcello Mastroianni. Ahora tiemblo pensando que hay un proyecto en marcha interpretado por un tipo que no me hace mucha gracia: Sacha Baron Cohen.
Volviendo a “Doctor Strange”, una excelente recreación de la psicodelia y las alucinaciones lisérgicas típicas de la contracultura de inicios de los setenta, ¿qué hubiéramos sentido de haberla visto en aquella época en la que leíamos la obra de Allan Wats, las enseñanzas del Don Juan de Castaneda y a Jack Kerouac?. Si el “viaje de tripping” final de “2001: Una odisea espacial” nos pareció el no va más, ¿qué nos hubieran parecido estos viajes astrales en multiuniversos de colores fulgurantes e irreales, estos edificios de perspectivas imposibles, estos bucles temporales?. Se hubiera convertido en una película de culto o incluso puede que hubiera propiciado la aparición de una nueva religión fomentada, eso sí, por el uso de sustancias psicotrópicas. Creo que incluso hoy en día algún crítico se ha molestado por las referencias “satánicas” de la película.
Al margen de los hallazgos en la dirección de arte y los efectos especiales, la trama sigue el patrón habitual de buenos y malos, de aprendizaje y redención propias de la casa – no olvidemos que Disney está al mando-pero el envoltorio es atractivo y Benedict Cumberbach consigue un buen equilibrio entre la ironía y la evolución del personaje.
La película es consciente de la dimensión “neo hippie” de “Strange” y rinde homenaje a ese entorno cultural en su banda sonora, no sólo incluyendo un tema de Pink Floyd, sino sobre todo con los créditos finales compuestos, como no, por el gran Michael Giacchino, con evidentes citas al rock sinfónico y psicodélico.
Y es que la Marvel será lo que sea, pero es la única productora que ha sabido darle un sentido global y estético al mundo del cómic en toda la historia del cine, y que me perdonen los de la D.C., pero es que nunca debieron contratar a Ben Affleck para hacer de Supermán.