Ultimamente me ha dado por ver comedias españolas de los setenta, las de la “apertura”, el “landismo” y la transición. Películas a las que, cuando se estrenaron en su momento, no me hubiera acercado ni a mirar las carteleras. En aquella época, estudiante en la universidad de Sevilla, no ví “No desearás al vecino del quinto”, “Lo verde empieza en los Pirineos” ni “Zorrita Martínez”. Ahora, con la efemérides del 40 aniversario de la democracia en nuestro país, cobran un nuevo significado, el de observarlas como documento, no sólo de unos comportamientos sociales y morales que hoy en día están muy mal vistos, sino sobre todo en lo relativo a dirección de arte en cosas como vestuarios y peinados delirantes, cambios en las ciudades y las costumbres, músicas, etc…
El histrionismo de los personajes, sus tics habituales y su galería de recursos cómicos han cobrado un nuevo significado documental. El tiempo ha redimido lo que en su momento valorábamos como fruto de la represión sexual y política y dota a estos productos que en su momento dieron tanto juego en taquilla, de un piadoso barniz histórico que nos traslada a aquella época en la que llevábamos patillas largas y pelucón y éramos despreciados por aquellos señores con bigote “fila de hormigas” que luego crearon el sistema democrático, aunque para ello hubiera que aflojarse la corbata. Algo parecido a lo que hicieron con sus carreras, dando un giro de timón hacia personajes dramáticos, actores como López Vázquez o Landa. Un tiempo en el que la revista “Fotogramas” ponía como máximo gancho comercial a alguna de nuestras estrellas patrias en “top less”, sin operar por supuesto, y en el que se formaban colas en el cine San Mateo de Elvas para ver algo tan intelectual como “El último tango en París”, aunque la gente no iba precisamente por la visión existencialista de Bernardo Bertolucci, sino por la escena de la mantequilla.
El tiempo lo cura todo, aunque hubo una gloriosa etapa en la comedia española que no necesita de ese bálsamo para ser genial entonces y ahora: la que va de los años cincuenta a mediados de los sesenta. La época de Berlanga o Forqué. Películas como “Los tramposos”, “Atraco a las tres”, “Plácido” e incluso “Las chicas de la Cruz Roja”.
Desde entonces todo ha ido a peor en dicho género. Hay comedias españolas actuales que, viendo sólo el tráiler, me echan para atrás. Sucesión de chistes de bar, de tópicos mal hilvanados y de actores que hacen siempre el mismo papel. He llegado a ver incluso “Ocho apellidos vascos” y no me hizo gracia. Todo está impregnado del espíritu pobretón y casposo de las teleseries, del guión apresurado, de la cultura del “wattsap”, la de esas personas que, sin pedirte permiso, te piden que veas en su móvil alguna ordinariez presuntamente graciosa.
Lo que pasa con esa mala comedia que se está haciendo ahora, en mi caso y habida cuenta de mi edad, es que va a ser muy difícil que pueda comprobar dentro de cuarenta años si cosas como “Los amantes pasajeros”, “Señor, dame paciencia” o “Patrulla de élite” han adquirido con el paso del tiempo esa redención histórica que vemos ahora en los títulos de la época de la transición.