El currículum de Francis Lai, con motivo de su reciente fallecimiento, ha sido resumido en los medios como “el autor de Love Story”, una película convencional que no creo que soporte una revisión hoy día y con una partitura excesivamente redundante con respecto a la imagen. Además del Oscar a la mejor banda sonora, “Love story” también le ocasionó un buen disgusto al ser acusado por Stelvio Cipriani de haber plagiado el tema principal de “Anónimo veneciano”.
Francis Lai, antes de su breve incursión hollywoodiense, nos había hecho oír una y mil veces el disco que le hizo famoso : “Un hombre y una mujer”, con el que puso de moda su concepto comercial de la bossa nova con el famoso “dabadabadá”. Tan grande fue el éxito que todos los compositores del momento tuvieron que introducir algún tema de estas características en sus películas, desde Morricone a Goldsmith, y sobre todo Burt Bacharach cuyo “Dos hombres y un destino” y otros títulos beben directamente de las fuentes del maestro francés.
La complicidad y amistad que desarrolló a lo largo del tiempo con el director Claude Lelouch le llevó a grandes logros del cine romántico (“Vivir para vivir”, “Le voyou”…), aunque en los últimos años la carrera de ambos flojeara. Lelouch prácticamente rodaba siempre la misma película con algunas variantes y Lai hacía lo que podía. Pero antes de llegar a esa decadencia consiguieron auténticas joyas para los aficionados a la música de cine. Tal es el caso de “Un homme qui me plait”, uno de los pocos títulos en los que el protagonista es un músico de cine interpretado por Jean Paul Belmondo y de las dificultades para componer la banda sonora de un western. El gran tema musical de la película se titula “Concierto para el fín de un amor”.
Lelouch, al igual que Sergio Leone a Ennio Morricone, le propiciaba secuencias exclusivamente para el lucimiento del músico, como el famoso trávelin circular de “Un hombre y una mujer”. Convendría revisar títulos olvidados de ambos como “A nous deux” o “Le bonne anné” para apreciar su cuiadado sentido del amor maduro, del romanticismo más refinado, también conseguido gracias a grandes intérpretes como Annie Girardot, Jean Louis Trintignant, Lino Ventura o Anouk Aimée.
No quiero olvidar una excelente versión de “Los miserables”, también de Lelouch-Lai, ambientada en la II Guerra Mundial y protagonizada por Belmendo en el papel de un Jean Valjean del siglo XX. Para los puristas, el cine de Lelouch era cine “bonito” en el peor sentido del término, probablemente porque fue el único de la “nouvelle vague” que encontró un filón comercial, el del amor entre adultos en un contexto histórico y social determinados (el mundo del periodismo, de la competición deportiva, la ocupación alemana y el cine de atracos), anticipándose a la narrativa de las miniseries actuales en títulos de amplio metraje como “Los unos y los otros”. Cuando entró en la juventud de mi generación, aún no leíamos Cahiers de Cinéma, y estábamos al margen de la lucha entre ortodoxias cinéfilas. En cualquier caso las canciones de Lai interpretadas por Pierre Barouh y Nicole Croisille eran las mejores para bailar bién agarrados y enamorarse. Pero Lai llegó también a ser mucho más que eso.
Si el otro día al referirme a Queen terminaba me refería a la “play list” de vinilos que oíamos en aquellos felices ochenta en la calle Meléndez Valdés, tengo que citar otro “soundtrack” imprescindible que había que pinchar sí o sí: “Ojos negros”, con música de Lai para el director Nikita Mikhalkov. Basado en varios relatos de Chejov, sobre todo en “La dama del perrito”, es poesía y comedia, belleza y decadencia. Un hermoso “flashback” acerca de la pérdida del amor y la idealización del pasado, contado por un Marcello Mastroianni en estado de gracia y con una de esas músicas que te hacen estremecer al evocar las imágenes. Jaime Alvarez Buiza se sabe, creo que aún hoy pese al tiempo transcurrido, diálogos completos de esta obra maestra olvidada.