Sigo frecuentando el cine comercial y, si está relacionado con el mundo del cómic, como buen coleccionista que me considero, más aún. Sin embargo nunca me llamó la atención el género “manga”, aunque la película “Akira” se puede considerar un clásico, así como “Gosth in the Shell” o “Perfect blue”, pero no he leído los cómics en los que estaban basados. Aún así sigo admirando la capacidad expresiva del “anime” japonés y su aportación a la estética actual de la ciencia ficción, de ahí que no tenga más remedio que afirmar que “Alita. Angel de combate” suponga la aparición de una nueva etapa dentro del género. Una etapa –imagen real y buenos efectos especiales- que inauguró Guillermo del Toro en “Pacific Rims” y que ahora otro mexicano, Robert Rodríguez, convierte en un subgénero con muchas posibilidades. Supongo que para los chavales que se hicieron adictos a los “manga” en los ochenta, esta película debe ser clasicismo puro. Imagino también que desconocen un antiguo título que tiene bastante que ver con el argumento de esta película: “Rollerball”, la versión protagonizada por James Caan. “Alita” puede ser una piedra angular para futuros proyectos, similar a lo que supusieron las primeras producciones sobre superhéroes Marvel.
He disfrutado, pese a que por edad no debería formar parte del público habitual, con ese universo neonazi y apocalíptico que se nos ofrece, con momentos sentimentales previsibles, pero con muy buenos hallazgos visuales. Incluso hay una secuencia en la que Jenniffer Connelly, inolvidable Deborah de “Erase una vez en América”, muestra que la madurez es una gran aliada de la sensualidad elegante.
Espero que, cuando los jóvenes consumidores actuales tengan mi edad, no despotriquen del cine (si es que sigue existiendo) que se haga en su vejez, y digan que los superhéroes de ahora sí que eran grandes clásicos y lo demás basura. Esto viene a cuento de un artículo publicado recientemente en el que se alaban las virtudes de las películas de Samuel Bronston y John Ford a través de iconos de la pantalla como Charlton Heston (el “homo históricus” por excelencia) o John Wayne, “El Duque”. Películas que he visto y sigo viendo y escribiendo sobre ellas ya que han forjado la historia del siglo XX en sus personajes y actitudes. Obras maestras.
Pero de eso a decir que el cine actual está lleno de títulos (y cito textualmente) “procaces, violentos y cochinos”, hay un abismo. Afortunadamente el cine no es como el fútbol, en el que uno es forofo de un club y lo defiende pese a que el rival juegue mejor. Lo clásico tampoco es lo opuesto a lo moderno ni a lo actual. Hay clasicismo hoy, al igual que había productos decadentes o innovadores en el siglo pasado. Cuando daba clase en la Universidad de los Mayores y los alumnos me salían con este argumento de que las películas actuales eran violentas y casi porno, les recordaba que el momento en el que el cine fue más agresivo, más lleno de sexo y de violencia fue en los setenta, cuando éramos jóvenes, y Eloy de la Iglesia, Sam Peckinpah y epígonos o las comedias sexuales reventaban las taquillas, por no hablar de Passolini, el cine clasificado “S” o los seudo documentales como “Holocausto caníbal”.
Ni las películas, ni las obras de arte en general se descartan unas a otras como los hinchas del Real Madrid a los del Barcelona. Yo soy de Rembrandt y tú de Velázquez. Yo de Ken Follet y tú de Stephen King.
Conceptos como clásico, barroco, vanguardismo o modernidad suelen aplicarse de tan mala manera que tienden a privar al arte de unos de sus factores fundamentales: el dinamismo histórico, la intertextualidad, los valores y las nuevas lecturas que el tiempo les da y les quita.
Así que seguiré esperando la próxima de Los Vengadores, pero también que sigan sacando buenas copias remasterizadas del gran cine de nuestra adolescencia.