En el cuadrado de cielo que hay sobre mi patio veo pasar alguna cigüeña. Los mirlos siguen escarbando en las macetas y los grajos y gorriatos se posan en las viejas antenas analógicas de los tejados aledaños. Las nubes y la lluvia pasan aunque no hay nadie para disfrutarlas. Más allá de las viejas fachadas, hay una especie de silencio ingrávido. La Cubana está cerrada y de dulces andamos regular, pero hay pequeñas tiendas de alimentación abiertas. Oigo a lo lejos, quizás desde su hábitat de la Plaza Chica, la voz del profeta “Piter Pa” (sic), supongo que jactándose de haber anunciado hace tiempo que el apocalípsis se produciría en el mes de los Piscis, quizás cuando a principios de Marzo arrancaron sus collages con personajes de Disney y sus versiones autóctonas de canciones que llenaban los escaparates del antiguo Butano Teófilo, frente a La Corchuela. Entonces decidió que había llegado el momento. Peter Pa tiene un segundo nombre que él escribe “RA-MIREZ”, en honor al diós egipcio, aunque ésto no se parezca al cine de catástrofes a a la americana y el profeta recuerda más bien al Vittorio Gassman de la película de Dino Risi. No hay actores famosos en horas bajas como William Holden, Michael Caine o Charlton Heston, quíén por cierto ya estuvo en dos apocalípsis muy sonados: “El planeta de los simios” y “El ultimo hombre vivo”. Incluso cuando hizo de Moisés desató con las famosas plagas una de esas catástrofes bíblicas que tanto divierten a Jehová. Como no tengo los pectorales de Heston, ni su colección de rifles, me incluiría, dentro de los estereotipos del género, entre aquellos jubilados que interpretaban George Kennedy, Ernest Borgnine o Burgess Meredith.
Esta película de ahora no tiene efectos especiales, ni música de John Williams; se aproxima más a un título de animación británico llamado “Cuando el viento sopla” (Jimmy Murakami, 1986), en el que un matrimonio de mayores que vive en el campo soporta con resignación las secuelas de un ataque nuclear sobre Gran Bretaña.
He perdido las dos o tres horas diarías fuera de casa, pero podría ser peor. Por ejemplo, que la cuarentena hubiera sido al revés: no dejar a la gente entrar en sus domicilios y tener que estar siempre rodeado de personas, animales y niños y al aire libre. En la soledad y el enclaustramiento residiría el virus y la vida social sería obligatoria para combatir la pandemia. Padeceríamos una inacabable romería sin fín con música de regetón , chistes andaluces y barbacoas, con decenas de cuñaos y suegras postizas. Gente por todas partes y un buen rollito que a la larga cansa.
Como no me saca nadie a pasear, pese a mi apellido, y formando parte de un grupo de riesgo, me entretengo con mis juegos, mis lecturas y mis películas . Mientras tanto, y siempre que nadie de mi pequeña familia caiga en esta lucha, me refugio si hace falta debajo de la cama, esperando que el profeta “Piter Pa” nos levante el castigo y ningún monstruo venga a vernos. Stephen King está harto de advertirnos.