Se ha escrito a menudo que la música de cine es la ópera de nuestro tiempo. Existe una música para imágenes que se muestra recatada, acechando en su aparente discreción entre las imágenes; es a menudo inapreciable, pero aporta un valor adicional al discurso audiovisual. Le dicen música discreta o “de mobiliario”, como un elemento más de la dirección de arte, pero siempre llega más lejos. De esto Visconti entendía un rato. La gran música del cine español -José Nieto, Angel Illarramendi o Alberto Iglesias- está llena de ejemplos, así como la de otros europeos como Philippe Sarde, Zbignew Preiszner o Stanley Myers.
La música que llena conciertos de bandas sonoras es la operística, esa en la que John Williams hereda las estructuras de Wagner para crear “space operas” como las de la ahora decadente, pero es su momento radiante, saga de Star Wars. No hay orquesta, ni banda municipal, que no haya hecho uno o varios conciertos dedicados al maestro en los últimos años, asegurándose así el éxito entre el público familiar. Compositores jóvenes como Michael Giacchino o Fernando Velazquez, siguen con maestría los postulados de dicho estilo.
Pero el premio Príncipe de Asturias también es para Ennio Morricone.
Hans Zimmer, el de “Gladiator” o “Piratas del Caribe”, junto con su escudería de pupilos, trabaja una mezcla entre Williams y Morricone. Orquestaciones y estructuras del americano y melodías del italiano. De hecho, si querías ver a Zimmer cabreado en una rueda de prensa sólo había que preguntarle qué influencia (por usar un eufemismo) tenía de Morricone en su obra. A Zimmer a veces le salen las cosas bien y otras regular, pero controla la ingeniería de sonido e incluso el montaje. Es el primer músico de cine con poder absoluto.
El maestro Morricone también tiene su mal genio en lo que respecta a preguntas de periodistas indocumentados. Esa acritud nunca la mostraba con los que conocíamos y admirábamos su obra. Compartimos con él buenos momentos en Valencia, paseando después de comer junto con otros ponentes y organizadores por el entonces deteriorado casco antiguo (la famosa plaza circular) de la ciudad, luego ya restaurada, y después en pleno corazón turístico. Bueno, ahora de momento, no creo.
Ni a él ni a Nicola Piovani, pareció extrañarles el mal rollo de aquel refugio de yonquis. A fín de cuentas vivían en una Roma, llena de barrios céntricos como ese que tanto atraían a Passolini o Fellini, aunque por distintos motivos.
Lo de Morricone también es ópera pero de otro tipo. Mucho que ver con Verdi- “Novecento”- , pero también con la ópera “buffa” o los apasionados leitmotivs del tema de Jill en “Hasta que llegó su hora “ o “Amistad” en “Erase una vez en America”, por no hablar del olvidado estribillo “Sean, Sean, Sean…”, de “Agáchate maldito” o la alegre flauta de “Mi nombre es ninguno”. Tuvo mucho que ver con el despegue del erotismo con clase en la trilogía de Passolini , y del “giallo” con títulos tan rebuscados como “Una lagartija con piel de mujer” o “Cuatro moscas sobre terciopelo gris”. Si quieren conocer el libro definitivo y más reciente sobre la obra, el talante y el estilo Morricone, lean “En busca de aquel sonido” ( Alessandro de Rosa . Malpaso Ediciones).
En cuanto a los conciertos en directo , de Morricone sólo se interpreta el 0’1 por ciento de su filmografía: la suite de la trilogía del dólar, algo de “La Misión” y pare usted de contar. He asistido a diversos conciertos suyos en distintas épocas. En el del Teatro Romano de Mérida dirigió la orquesta y coros su hijo Andrea y Dulce Pontes cantó “Sostiene Pereira”. En Sevilla el propio maestro asumió en varias ocasiones la batuta de la orquesta titular en el operístico teatro Lope de Vega y, años después, en el moderno y perfecto auditorio de La Maestranza. Aquí fue donde un amigo de Badajoz, auténtico “freak” de la banda sonora, se disfrazó de cura para poder entrar en camerinos y que el maestro le firmara un montón de discos. Mi amigo freak, uno de los más apasionados, pioneros y radicales coleccionistas de música de cine que conozco (estamos hablando de un señor que ahora debe andar cerca de cumplir ochenta, si no los tiene ya) es “morriconesco”, como muchos pueden ser del Atleti o del Madrid . A muerte.
Porque Morricone, con todo ese bagaje a su espalda, aúna los dos tipos de música de cine, la intimista y de ambientes y la operística.
Operas dirigidas por Sergio Leone o Giuseppe Tornatore, pero también experimentos como las incursiones en el terror y la ciencia ficción o himnos políticos como “Sacco e Vanzetti”, “La batalla de Argel” o “Queimada” y por supuesto sus obras maestras para los grandes estudios : “Erase una vez en América”, “Los intocables” o los emocionantes tramos líricos de “Orca” o “Giro al infierno”. Me seguirán hasta el final sus “obras menores”; canciones como “Metti una sera, a cena”, “El profesional”, “Libera, amore mío”, “Love Affair” o “Lolita” y tantas, tantas otras. Oigan el tema de Lilly y Frank de “En la línea de fuego” para comprobarlo:
https://www.youtube.com/watch?v=3inQ64Vv5Uk
Morricone es toda la música de cine, y una gran parte de la banda sonora de nuestras vidas.