Es una agradable casualidad que coincidan en cartel dos películas de atracos cuya esencia y personalidad se basa en el uso de canciones. La primera es la reposición de la cinta de culto “Pulp Fiction” en la que Tarantino reafirmó su voluntad de concebir la banda sonora como un elemento dramático y escénico importante dentro de la trama. La tendencia creada por el director de “Reservoir Dogs” o “Jackie Brown”, ambas con una potente selección de canciones ya escritas, ha sido seguida por muchos realizadores con diversa fortuna, siendo quizás Guy Ritchie (“Snatch: Cerdos y diamantes”) el más reconocido dentro de esta moda.
Pero héte aquí que aparece Edgar Wright, con una filmografía no muy abundante y se deja caer con uno de los más deslumbrantes e intensos impactos audiovisuales de esta temporada: “Baby Driver”.
Una historia mil veces contada , la del conductor de atracos que quiere dejarlo y se ve obligado a dar el último golpe, pero que, gracias al enfoque sonoro, se nos muestra como algo original y brillante. El truco consiste en que el protagonista, el joven y experto conductor, sufre de acúfenos, de ruidos en los oídos, y los amortigua oyendo música mp3 a todas horas, eligiendo la “play list” más adecuada para cada momento. Esto hace que las canciones actúen libremente como piezas diegéticas (de la acción) o incidentales (de acompañamiento externo); que a veces los ruidos de los acúfenos se mezclen con la banda sonora o que la música suene por uno u otro canal cuando el chico presta uno de sus auriculares a su acompañante. Si a esto unimos unas persecuciones tremendamente realistas y unos personajes bien definidos, como los que interpretan los televisivos Kevin Spacey (“House of Card”) o Josh Hamm (“Mad Men”) tendremos una experiencia cinematográfica altamente entretenida.
En cuanto a las canciones, qué les voy a contar. El título de la película es el de un tema de Simon y Garfunkel, hay cosas de Queen, de Dave Brubeck y un potente arreglo rapero del “Shaft” de Isaac Hayes, entre otras joyas de distintos estilos y épocas. Una selección cuidada y adecuada a cada momento que convierten a “Baby driver” casi en un musical de acción incesante.
Evidentemente es una película que hay que ver en cine, porque dudo que en las versiones domésticas se consigan los matices sonoros de una buena sala y , sobre todo, porque no creo que en tu casa te dejen poner la música al poderoso volumen que exige esta pequeña joya.