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Alejandro Pachón Ramírez

Allá Películas

JOSAN: FIN DE UN CAPITULO DE LA HISTORIA DEL CINE EN MERIDA.

Jose María Sánchez, Josán, nos ha dejado. Se ha aludido en las redes sociales, cosa que agradezco, al libro que escribí sobre él, aunque más bién inspirado por su trabajo y lo que supuso en la formación cinéfila y sentimental de mi generación. Pero creo que es de justicia citar otra importante publicación, “Historia gráfica del cine en Mérida” (José Caballero Rodríguez. Editora Regional de Extremadura, 1999). Un libro con excelente documentación gráfica e histórica en el que se le alude junto a otro gran cartelista emeritense, Manuel Carvajo Domínguez, que firmaba como “Carvaj”. Curiosamente ambos personajes guardan relación con el reciente artículo en el que trataba sobre el cine y el tren en Extremadura y la importancia de RENFE en Mérida ya que, Carbajo era factor de circulación y el padre de Josán era inspector médico de RENFE. Hay otro dato que cierra el círculo de casualidades no tan casuales: todos vivíamos en la misma calle, la entonces denominada General Aranda y ahora Mariano José de Larra. Una calle también habitada por nombres posteriormente conocidos como Paco España (que luego fue mi compañero de Departamento en la Universidad), Paco Blanco (el de Adenex), el antiguo alcalde Antonio Vélez y tantos otros. La mayoría de familias ferroviarias.

Mucho antes de que yo escribiera el libro “Cine con los cinco sentidos. Las carteleras de Josán”, ya lo conocía desde niño. No sólo por esas grandes carteleras que alegraban el centro de la ciudad de manera efímera, sino porque vivíamos en el mismo bloque de pisos que daban a un trozo de acueducto y a la llamada Casa Patricia, en cuyas ruinas jugábamos. En los bajos tenía un taller al que nos dejaba asomarnos, ya que era muy amigo de mi padre. Lo recuerdo como alguien muy afectuoso que me llamaba Alejandrito y me saludaba mientras yo traía de una tienda que había al lado un trozo de barra de hielo, un sifón y una botella de gaseosa “La francesa”. También han venido a mi memoria las entrevistas que mantuve con él, muchos  años después, para preparar el libro. La mayor parte del material del que disponía, aparte de una serie de fotografías, eran unas cartulinas dibujadas con tinta china y que se colocaban en las vitrinas de los cines, junto a los ajados fotocromos. Aquellas fotografías que venían dentro de las sacas de las películas, con fotos de rodaje montadas sobre cartón, normalmente estaban muy deterioradas, ya que por entonces la vida comercial de una película era muy larga, de años de exhibición y, al igual que las copias, que acababan su carrera exhibidora con bastantes metros de menos que cuando se estrenaron, dichas fotos se habían pinchado en las carteleras de innumerables poblaciones. Las esquinas de las que se colgaban iban desapareciendo, y estaban llenas de desgarrones, humedades y las huellas de cientos de clavos que habían ido eliminando los bordes. Las cartulinas de Josán daban un toque de clase a las vitrinas paliando el vetusto efecto de dicho material de distribuidora un tanto sobado.

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La parte gráfica más importante del libro eran dichos dibujos, magníficamente seleccionados y maquetados por el artista Luís Costillo, al igual que la bonita portada y que es un fragmento del gran cartel de “Los cañones de Navarone” en el que Anthony Quinn apuñala el cuello de un soldado nazi.

Una vez decidido el material y el enfoque del mismo, faltaba el tono literario y el hilo conductor y ahí surgió “Cine con los cinco sentidos”: vista, oído, olfato, gusto y tacto, evocados por aquellas carteleras de “Los Diez Mandamientos” o de “La vuelta al mundo en 80 días”. Por esas páginas desfilan los olores de los cines, los sabores de las chucherías, los toqueteos en la “fila de los mancos”, los aplausos y silbidos de cuando llega la caballería y, sobre todo, el anticipo visual que significaban esas carteleras y que nos prometían los mejores placeres del domingo, junto con los programas de mano, también llamados folletines que repartía Falete por la calle Santa Eulalia.

Final de una época en la que no había “teasers”, “photocalls”, ni grandes “displays” propagandísticos en los vestíbulos de los cines. Esos colosalistas ensamblajes que anuncian las películas y que, para montarlos, hace falta seguir un curso de ingeniería, haciendo temblar a mis amigos trabajadores de los cines Conquistadores cada vez que les llegan esos grandes embalajes llenos de piezas. El trabajo de Josán y Carvaj era más difícil y artístico, pero al menos tenía más visibilidad.

No me resisto a poner aquí la cita con la que comenzaba mi libro y que describe el paso del tiempo:

“…Fue aquí, en el Tívoli, donde descubrí por primera vez el tiempo y el espacio, los saboreé como si fueran hibisco. Fue durante una reposición de “Río Rojo”…Mientras Montgomery Clift le cascaba a John Wayne en una pelea a puñetazos, una secuencia absurda, hice una marca en el brazo de mi butaca con la uña del dedo gordo. Dónde estará ese trozo de madera, me pregunté, dentro de veinte años, dentro de 543.” (Walker Percy. El cinéfilo. Alfaguara. 1990)

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Sobre el autor

Soy director en Historia del Arte, especializado en Música de Cine, crítico de cine, y director del Festival Ibérico de Cine de Badajoz. Retomo este blog con la intención de ofrecer de forma amena mi experiencia como historiador y crítico de cine y televisión, tanto en lo que respecta a la actualidad audiovisual reciente y futura, como al montón de vivencias relacionadas con el tema que en la segunda mitad del siglo pasado vivimos los de mi generación. No olvidaré aspectos periféricos e inseparables del cine comercial y las series de televisión como los video juegos o los cómics. En resumen, todo ese universo iconográfico que llena nuestros ocios e inquietudes, convirtiéndonos en “fans”, “freaks” o, sencillamente, en espectadores.


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