Los grandes ciclos mitológicos de nuestros días han sido creados por dos editoriales de cómics: D.C. y Marvel. Es un Olimpo y también un Valhalla – no olvidemos que Thor también juega en esta liga- que empezó a gestarse en 1938 con Supermán, que continuó luego con los superhéroes de la Marvel y que eclosionó a finales del siglo pasado con sus triunfales adaptaciones cinematográficas. Un mundo de Gigantomaquias, Apocalipsis y Mesías, de Odiseas galácticas, de descensos a los Infiernos y de venganzas entre héroes y semidioses. Un “totum revolutum” muy bien diseñado estructural y visualmente que ha ido rebajando sus expectativas a la par que disminuía la edad del público al que va destinado y que tiene mucho que ver con la filosofía de la todopoderosa casa Disney, dueña y señora de todo el tinglado.
Pero la megalomanía tiene un precio. Los pequeños cuadernillos de Editorial Novaro y Vértice se transformaron en lujosas ediciones Prestige y en gruesos volúmenes integrales que se ponían a la altura de las costosas películas de Spiderman, Batman, Vengadores, etc. Dicha hipertrofia es algo habitual en los géneros. Recordemos cómo esa gallina de los huevos de oro que era el “spaghetti western” fue aniquilada por sus propios creadores cuando empezaron a incluir en los rodajes almerienses la comedia disparatada con títulos como “El blanco, el amarillo y el negro”, siendo su certificado de defunción un título más que estimable producido por el propio Sergio Leone : “Mi nombre es ninguno”.
Con las películas de superhéroes ha pasado algo parecido. Mientras que un personaje con el carisma y el sentido del humor como Iron Man se convertía en la última entrega de Los Vengadores en un líder serio y sin ninguna gracia, aparecen otros personajes de comedia de sal gruesa como Deadpool, que hace que los padres se pregunten cómo han llevado al cine a sus hijos para ver a un tipo tan deslenguado y macarra. La D.C. por su parte, y tras la fallida “Batman vs. Superman”, y aún así parece ser que Ben Affleck amenaza de nuevo con hacer del hombre murciélago, trata de entrar en el terreno de la incorrección política y del humor con “Escuadrón suicida”, sin conseguirlo tampoco. De hecho, si no es por la presencia de Margot Robbie, la película sería un auténtico fiasco. Los “malos” de todos estos títulos tampoco son lo que eran, de hecho no son ni malos, sino unas víctimas incomprendidas.
El canto de cisne de esos híbridos actuales entre el cómic antiguo y el moderno, entre la ilustración clásica y esos dibujos más redondeados y satinados de ahora (muy influidos por el “manga”) tienen su mejor representación en la película “Guardianes de la Galaxia”,con su banda sonora llena de “hits” ochenteros. “Hits” comerciales de Rolling o Queen que, por cierto, también aparecen en “Escuadrón suicida”.
O puede que el problema esté en los que crecimos leyendo las viñetas de Jack Kirby y Stan Lee en blanco y negro o los Supermanes de Editorial Novaro en color. Puede que los superhéroes necesiten infantilizarse y mezclarse unos con otros lo más posible, hasta que haga falta una guía para entender personajes y subtramas, como ocurre con “Juego de tronos”. Puede que el ocaso no sea el de los semidioses mutantes, ni el de los vengadores atormentados, sino el nuestro. Un crepúsculo como el de Gloria Swanson (“Aún soy grande, son las películas las que se han hecho pequeñas”) en el que el problema es uno mismo y su abigarrado pasado lleno de emociones y recuerdos forjado a base de tebeos y salas de programas dobles.