Podría poner un título poético, pero no reflejaría lo que supuso mi primera experiencia de un concierto de música de cine en este teatro de Sevilla , donde lo viscontiniano y el arte barroco colonial se funden. Aquel año lejano vimos dirigir a George Delerue y Elmer Bernstein. En años posteriores nuestros encuentros, almuerzos , entrevistas y catálogos con Morricone, North o Goldsmith, con García Abril, Bernaola y José Nieto. Una fastuosa cena en el salón principal del Hotel Alfonso XIII con Maurice Jarre. Un paseo por la calle Betis con Gabriel Yared. Pero sobre todo una foto en la que estamos Pepa y yo en el palco central del teatro en el homenaje a Nino Rota y Fellini junto a Giulietta Massina.
Esa noche de hace un par de semanas me daba angustia volver al Lope de Vega, al lado de mi Facultad, la Fábrica de Tabacos. Demasiadas imágenes y sentimientos concentrados. Demasiadas perspectivas de mi vida que no sé que tienen que ver con las que tengo ahora. Pero valía la pena porque era el concierto de Michel Legrand Trio, donde el maestro octogenario me ha levantado el espíritu. Ahora hace gira acompañado por su piano, un bajo y una batería “ad hoc”. Es mejor que nunca con el teclado y tiene la memoria suficiente como para recomponer “Las señoritas de Rochefort” en un “mix” tocándolo y anunciándolo entre los fraseos rápidos e incansables de su dedos. Los homenajes a Ray Charles, Miles Davis- con el que trabajó en la inconmensurable “Dingo”- e incluso a Dave Grusin, uno de sus discípulos más aventajados, se sucedían.
Legrand, pese a su “cool jazz” a lo Hollywood, ha enriquecido su carrera como intérprete, y es más francés que el champagne. La”fuga en menor” de “El Mensajero” era una reconstrucción jazzística de sus esencias basadas en Lully o Rameau.
Camtó tres temas. Me emocionó “¿Qué vas ha hacer el resto de tu vida”, pero la gente opinaba que cantaba desafinado y casi rapeando. Era como un Tom Waits de la música clásica de cine. La voz a veces no le llegaba, pero eso, para mí, le daba un valor adicional a su trabajo, porque sus carencias vocales las suplía con un dominio virtuoso del piano.
Esa voz de anciano, cantando en inglés temas del repertorio habitual de Sinatra o Streissand, como él mismo comentó, era un sello histórico. Una seña de identidad y de reafirmación de una personalidad artística. Quizás también una elegía al final de una época. En mi facebook adjunto una excelente crítica aparecida en el Correo de Andalucía.
Antes de salir a una noche de niebla en los jardines de Murillo, previo picoteo en el remozado bar España , pensé que sólo por haber oído la multiversión de “Los paraguas de Cherburgo”, tocada a ritmo de tango, bossa nova y tradicional valía la pena la asistencia.
También descubrí que para mí Sevilla, además de de muchas más cosas, sigue significando la música de cine, aunque sin cine. Y, para no dar lugar a equívocos, añadiré que la la única música que no me gusta son las canciones y bailes por sevillanas. Ni tampoco la Semana Santa.