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Alejandro Pachón Ramírez

Allá Películas

MUCHOS MONSTRUOS VIENEN A VERME

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Cuando era niño todos los monstruos y animales, menos King Kong, Rin Tin Tin o la mula Francis, eran malos, peligrosos y exterminables. Nuestra generación se había educado apedreando perros callejeros, especialmente aquellos galgos que iban con un palo colgando del cuello; ahogando camadas de gatos recién nacidos metidos en un saco, por orden de nuestra abuela, y disfrutando con las películas de safaris en las que el único animal que se salvaba de los disparos de los cazadores o del puñal de Tarzán era la mona Chita. Eramos unos salvajes antiecologistas educados en la violencia, aunque luego – quizás precisamente por eso- nos convertimos en la generación “love and peace”. Ni se nos ocurría tener una “mascota” y una vez que a mi hermana pequeña se le permitió tener un ratón blanco, una mañana apareció misteriosamente muerto en su jaula. No fuí yo.

Los dinosaurios eran entonces unos gigantescos reptiles voraces que peleaban entre sí o destrozaban ciudades. Aquellas bestias prehistóricas que protagonizaron “El mundo perdido” de Sir Arthur Conan Doyle y su correspondiente versión cinematográfica, morían en ríos de lava o caían agitando el rabo y bramando hacia un profundo abismo. Estaban también en tebeos de Gago (el creador de “El guerrero del antifaz”) como  “Purk el hombre de piedra” o “Piel de Lobo”. Recuerdo haber tenido algún brontosaurio de goma, al que mi hermano rompió su esbelto cuello y lo colocó como mascarón de proa en un “drakar”, y al que poníamos  a pelear, antes de la decapitación, con cocodrilos o gorilas de tamaño similar. El rigor histórico o biológico no tenía ningún sentido.

Fue la generación de nuestros hijos, la de los “Goonies”, los “Gremlims” y el primer “Parque Jurásico”, la que empezó a contemplar a los bichos desde un punto de vista más científico y amable. Mi hijo aún pequeño se sabía los dificultosos nombres  de todos aquellos animales antediluvianos que salían en un álbum del “merchandising” de Spielberg. Por aquel entonces incluso llegamos a tener una gata en casa.

Ahora la cosa ha cambiado. La gente les habla a los animales, los besan en la boca, los visten y los operan. Los tienen encerrados todo el día en pisos  pequeños o angostos balcones para luego sacarlos un ratito a pasear y de nuevo al agujero doméstico, a aullar y sufrir su largo encierro. Los perros felices y educados que conozco (“Colín”, “Lula”…) viven o frecuentan zonas rurales, saben estar y ladran de alegría, no de soledad. No llevan correas y comen de todo. Agradecen las caricias de un extraño y hacen sus necesidades en el campo.

Pero a lo que vamos. Hasta algunos de los temibles dinosaurios se han vuelto buenos. El proceso de “disneyzación” que ha invadido el cine y la vida cotidiana, ha llegado al mundo Jurásico y quíen mejor para continuar  la saga de Spielberg que J.A. Bayona, el director de “Un monstruo viene a verme”. En realidad este tipo de productos puede dirigirlo cualquiera, pero como en el guión hay una niña  muy especial y algún que otro monstruo bueno, la elección venía al pelo.

¿Qué es lo que me ha gustado de este “Jurassic World”?: Algunas imágenes de gran plasticidad como la del brontosaurio rodeado por las nubes de la erupción del volcán, la pelea en la claraboya entre dos de los bichos y poco más. Las secuencias de acción mantienen el feo defecto de ese montaje entrecortado y veloz que se lleva ahora y en las que no ves más que un barullo de formas. La música exagerada tan apreciada por Bayona y Spielberg, en esta ocasión compuesta por Michael Giacchino, impregna todas las secuencias, aunque los títulos finales merecen la pena, como siempre en este autor. Por cierto, acaba de salir una novela póstuma de Michael Crichton, el autor de Jurassic, titulada “Dientes de dragón” y que va también de paleontología ambientada en el universo del western.

O sea que hay monstruos buenos y malos; todo el mundo desea tener un “cachorrito” y hay una trivialización y adaptación descafeinada  de las normalmente cruentas leyes naturales, que no sé cómo va a repercutir en los niños de ahora. A lo mejor ocurre como en “El planeta de los simios”, donde los perros se hacen tan imprescindibles que, cuando una epidemia los mata a todos, la gente empieza a adoptar monos y luego ya sabemos lo que pasa.

 

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Sobre el autor

Soy director en Historia del Arte, especializado en Música de Cine, crítico de cine, y director del Festival Ibérico de Cine de Badajoz. Retomo este blog con la intención de ofrecer de forma amena mi experiencia como historiador y crítico de cine y televisión, tanto en lo que respecta a la actualidad audiovisual reciente y futura, como al montón de vivencias relacionadas con el tema que en la segunda mitad del siglo pasado vivimos los de mi generación. No olvidaré aspectos periféricos e inseparables del cine comercial y las series de televisión como los video juegos o los cómics. En resumen, todo ese universo iconográfico que llena nuestros ocios e inquietudes, convirtiéndonos en “fans”, “freaks” o, sencillamente, en espectadores.


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