En contra de lo que se piensa, los anacronismos históricos en las películas no están causados por la ignorancia de sus autores, sino porque suelen convenir a la dinámica del guión y a los convencionalismos del imaginario popular. Por eso cuando a Howard Hawks le dijo el asesor histórico de “Tierra de faraones” que en el antiguo Egipto no había camellos, respondió que no pensaba rodar una película en la que salieran palmeras y arena y ningún camello.
Aunque sólo nos centráramos en la época medieval y moderna de la Historia de España, tendríamos para hacer una tesis sobre dichos anacronismos y otras tergiversaciones históricas: desde esa música flamenca que compuso Vangelis para “1492: La conquista del paraíso” – en esa época no existía el flamenco- hasta la glamourosa Sigourney Weaver haciendo de Isabel la Católica en la misma película, pasando por las películas de Cifesa con Aurora Bautista e incluso los rostros y diálogos excesivamente modernos y afectados de la serie “Isabel”.
No olvidemos que el estilo arquitecto y decorativo denominado “isabelino” es uno de los hitos de un elaborado pastiche, que ha reaparecido en muchos monetos de la historia del arte español, en el que hay elementos góticos, mudéjares y renacentistas, sublimado en escenografías de Hollywood como la de “Ciudadano Kane”.
Así que Fernando Trueba ha optado por seguir la onda del anacronismo “isabelino”, justificado por la condición cómica de la película y jugando con una peculiar visión de la historia del cine español en la que las Conversaciones de Salamanca y las primeras películas de Berlanga conviven con la llegada de las primeras producciones americanas a nuestro país de manos de Samuel Bronston. Es decir, en “La reina de España” se funden los años cincuenta con los sesenta para llenar de referencias un guión a ratos divertido y a veces tópico.
Por un lado tenemos a la estrella encarnada por Penélope Cruz encarnando a una actriz española que ha triunfado en América (¿Sara Montiel?) y que interpreta a Isabel la Católica en una España en la que aún se está construyendo el Valle de los Caídos. El director de esta película épica es una mezcla entre John Ford y Raoul Walsh, con una caracterización de anciano demasiado mayor como para haber luchado en Normandía, de lo que se vanagloria frente al propio Franco.
Si tenemos en cuenta que la biografía de la reina Isabel fue el último proyecto que pensaba llevar a cabo Samuel Bronston en nuestro país a finales de los sesenta y que nunca se llevó a cabo, el anacronismo temporal está servido.
Prescindiendo de tales licencias históricas, la película de Trueba es bastante irregular pero divertida. Tiene buenos momentos, como el del reencuentro entre los personajes de Ana Belén y Antonio Resines, que nos recuerda a grandes títulos sobre la postguerra española como “La Colmena” pero otros, en los que Jorge Sanz se lleva la peor parte, que buscan la comercialidad más vulgar.
Los cinéfilos nostálgicos apreciarán la cantidad de homenajes, subrayados por la abundante cartelería peliculera que decora las secuencias, pero no aceptarán la falta de cohesión y ritmo en el conjunto, y la historia tampoco funciona como secuela de “La niña de tus ojos”. El intento de Trueba de aunar el cine español del franquismo con la comedia popular actual se queda a medio camino, por mucho que cada aparición de Penélope Cruz, incluso cantando “Granada” en inglés, eleve la calidad del conjunto.