Más que nada a nivel informativo y tratando de evitar el autobombo al ser uno de los responsables del Festival, comentaré aspectos de esta actividad vista desde dentro.
En primer lugar, destacar el hecho de que el público de Badajoz está encantado de ir al cine a la Terraza del López de Ayala, ya sea a ver nuestros cortos y/o las proyecciones de largometrajes comerciales que se suceden a lo largo del verano. Cada año me saludan conocidos que nunca habían asistido a una sesión de cortos y que salen encantados, y me consta que sus apreciaciones positivas no son por compromiso. Es un público que va creciendo desde hace 23 años. No sólo en edad, sino también en número y cuyos gustos es lo primero que tenemos en cuenta a la hora de seleccionar los trabajos a competición. También miramos con el ojo crítico hacia los posibles premios del Jurado Oficial, pero aquí hay un problema: cuando estamos seleccionando (este año hemos visto 450 cortos aproximadamente), aún no sabemos quíenes formarán parte de dicho Jurado, con lo cuál no podemos establecer un perfil determinado. Esto redunda en beneficio de la claridad del proceso, pero hace que nos equivoquemos a menudo en nuestras predicciones acerca de qué películas tienen más posibilidades. Yo rara vez acierto y en muchas ocasiones daría el primer premio a otra, sin que esto signifique un menosprecio hacia las ganadoras oficiales, ya que todos los cortos tienen una cosa en común: su elevada calidad técnica y artística.
Cada año me sorprende más el premio del Jurado Joven, que suele tender hacia lo más vanguardista. El premio CEXECI del Jurado Joven de este año ha sido para un trabajo portugués de animación multipremiado en otros festivales, pero de un corte bastante innovador: “Estilhacos”, de J.M. Ribeiro.
En cuanto a los premios del público también suelen ser bastante imprevisibles. Se tiende a pensar que el premio se lo va a llevar una comedia, pero no es así. El ejemplo lo tenemos en que el premio del público en San Vicente de Alcántara – con una asistencia media de 150 espectadores, una cifra mayoritaria impensable en muchas poblaciones- ha sido para un drama relacionado con los desahucios: “Ainhoa”.
En medio de cortos, de cursos y talleres, de foros profesionales y de publicaciones y homenajes, este año he tenido la mejor recompensa que podría esperar un “freak” de las bandas sonoras: el concierto de Fernando Velázquez con la Orquesta Sinfónica y Coros de Extremadura y el coro cordobés Zhiryab. He ido a muchos conciertos de música de cine a lo largo de mi vida, pero recordaré éste como uno de los grandes, junto a los de Jerry Goldsmith o Ennio Morricone en el Teatro de la Maestranza. Y es por la simpatía y el didactismo del autor de “Un monstruo viene a verme”, por la diversidad del repertorio elegido y por la potencia y precisión de la Orquesta de Extremadura, que ha entrado arrolladoramente en el mundo de las bandas sonoras, de manera que Velázquez grabará con ellos su próxima película. Creo que nuestro entendimiento con esta formación musical ha significado una subida de prestigio para nosotros, que esperamos continúe en el futuro.
El momento más relajado del Festival suele ser la comida que nos ofrece Cafés Delta en Campomaior. Allí, asombrados por el bacalao dorado y la sericaia, los invitados y profesionales se sueltan y cuentan jugosas anécdotas que algún día habría que publicar. Esa comida es el preludio a la entrega de premios de por la noche, los nervios a flor de piel, suavizados por la presencia de algún reconocido humorista/presentador, tal como ha sido este año la divertida intervención de Goyo Jiménez.
Durante mi intervención no tuve más remedio que agradecer a los invitados su presencia en Badajoz, pese a las dificultades para llegar a un sitio en el que prácticamente no existe el tren ni ningún transporte público cómodo y económico. Aun aislados en este Oeste ibérico fronterizo, como si fuéramos indígenas encerrados tras un muro invisible, la intención es seguir luchando contra hándicaps de éste tipo y seguir ofreciendo uno de los grandes festivales de la Península Ibérica. El día que nos pongan tren, la liamos.