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La dieta definitiva

Es casi perfecta. Mucho mejor que la popular del cucurucho, ya saben comer poco y  joder, que no fastidiar, mucho. Y puestos a comparar es mucho más efectiva que la Dukan y todas las de los demás dietistas mediáticos franceses juntos y peleados. La  dieta definitiva tiene todas las ventajas.

Es fácil y causa una rápida pérdida de peso, sensación de bienestar creciente a medida que se supera el estrés inicial, ahorra tiempo en guisar y no se ensucian cacerolas, sartenes, la vitro ni la encimera. Tampoco hay que poner y recoger el lavavajillas. Por si fuera poco esta dieta más que milagro obra poderes: ayuda a la recuperación de la economía doméstica al reducir el coste de la cesta o al dejar coger el coche para hacer la compra del mes al súper. Para un hombre, como se ve, no tiene más que ventajas. Nunca te olvidas nada que comprar.

Los entendidos la llaman la dieta respiracionista. Un servidor, la del aire. No es recomendable, claro está, para esas personas que justifican su obesidad con el consabido ‘hijo, es que a mí es que me engorda hasta el aire’. Esos que sigan con la lechugita y el tomate sin sal y la bamba de nata con el vaso de leche y azúcar para irse a la cama. La dieta del aire no es nueva, ni mucho menos.

Hace cuatro siglos San Pedro de Alcántara ya la practicaba con grandes resultados y entre las ‘celebrities’ históricas que se sometieron a ella está el propio JC, nacido, Jesús de Nazaret, en los 40 días de vacaciones ascéticas que pasó en el desierto. No están mal estas referencias ya que para  gozar del éxito de la dieta hay que ser creyente. De algo. No en vano, su principal promotor es un fakir indú, Prahlad Jani, que dice lleva más de 70 años sin catar sólido, ni líquido. Solo gaseoso, con la ayuda de la diosa Amba. Aunque me malicio que se ayuda de tapadillo con bocadillos que le pase de estrangis Willy Toledo.

Ahora salta a las páginas de la web porque ha habido una señora suiza que ha certificado el éxito de la dieta con su propia muerte. Es la única pega que tiene el respiracionismo como menú diario. Que tiene uno que manternese del aire. Pero hasta que se culmina el éxito, digo, la dieta (qué lío) es la de mayor efectividad jamás conocida.

En nuestro moderno país autonómico -que antes fue una antigua nación cohesionada por refranero y dichos populares- a la dieta respiracionista la llamamos ‘la del burro del gitano’, perdón, la del asno del ciudadano de etnia minoritaria española históricamente discriminada, para ser políticamente correcto.

En los 90, la activista australiana de esta filosofía de vida, una tal Ellen Greve,  hizo de la dieta causa de vida, logró miles de seguidores y hasta protagonizó un reality show televisivo sometiéndose al menú respiracionista durante 21 días. Antes de la semana fue ingresada con serios problemas renales, cardíacos y deshidratada. Quedó demostrado que su naturaleza no era divina.

La helvética dama no es la primera víctima voluntaria de esta dieta en un país desarrollado. La nada fiable fuente de Internet las cifra en cuatro. En África, por citar un continente, cada día las hay forzosas a miles. De todas las edades. Y solo a parecen como fenómeno colectivo en la web. Algo social a lo que tristemente estamos acostumbrados.  Una y otros son el yin y el yan del modelo de mundo de locos en que vivimos. Un servidor, puesto a seguir dieta prefiere una variante semántica del respiracionismo. Es, con diferencia, la dieta más seguida del mundo mundial, aunque sus resultados no sean comparables ciertamente. Se llama la dieta ‘a mi aire’. Puede que no adelgace tanto como quiero, pero una cosa es segura. Nunca paso hambre.

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