Va por su tercera nariz. O la cuarta. Una incógnita nasal lo de la Esteban. Como su erupción mediática. Lo mismo que la Preysler a la que tanto retoque nasal le ha menguado el apéndice hasta ser una caricatura inverosímil de la que fue. Como su cara. O su persona. Que la ves en la boda de Julio José, hijo, y no sabes si pena, disfruta o sufre porque la aprieta el juanete, con una momificada expresión de dama boba, aunque no lo sea.
Así se se asoman ambas, la reina del Hola y la princesa de Telecinco estos días al colorín virtual y del papel. Con expresiones similares a la de una loseta porcelanada. Lo de la nariz de la Esteban se comprende, que menuda moldura le hizo el cirujano la última vez que la operó. No hay duda de que suavizó su anguloso apéndice previo pero le dejó más desequilibrio y curva de la deseada. Ahora, la barroca napia de la Esteban nos ha dejado para siempre y ha dado paso a algo más discreto. Y todo apunta a mejor. Un alivio. Esperemos que no haya perdido el olfato para la pasta y los negocios televisonarios.
Ojalá que haya roto el trágico sino de muchos de estos personajes mediáticos. Por no decir cómico destino. Ser el esbozo de una imposible belleza a la que se empeñan en llegar. Por mucho bisturí y silicona que echen al guiso. La cosa tiene narices. Como se ve. Y más. Kilos en el caso de la Esteban, que ha puesto 12 de nada en la báscula, dice alguna revista que la habrá pesado para saberlo. No son todos de los implantes renovados, válgame Dios, sino del relajo y, acaso, de la felicidad matrimonial que, dicen, siempre acaba engordando. Algún malvado dirá que también habrán contribuido los psicotrópicos, pero servidor duda que sea cierto.
Puede que estas chicas de oro y otras que todos conocemos se empecinen en estropearse las narices, cambiarse la cara y encima creerse que están bonitas. Por no hablar de Paula Vézquez. Pero de lo que no hay duda es que tanto desvarío nasal no ha arruinado su olfato para nada. Ni el de la una, ni el de la otra. Ni el de las de más allá.
La nariz que sale espabilada en la vida, redefinida por el plástico o no, puede acabar en real princesa del pueblo, o sea, en verdadera princesa del pueblo (la Esteban, no se me retrotraigan al Telediario, que les veo venir), en achinada emperatriz de la loseta, en oriental diosa del bomboneo fino, en mecenas de las artes, en reina de la moda fantoche o en sultana de la copla racial. Aunque en el caso de la Pantoja, es verdad que el instinto y fino olfato para el parné no le fallaron con Cachuli, sino que más bien se le sobresaturaron ‘las pituitarias’ con tanta sobredosis de cash del ex alcalde de Marbella al que ahora, sentada en el banquillo dice que mantuvo. Cuestión de fe.
Vamos, que lo tenía retirado. Y habrá quien se lo crea. Se empieza cantando ‘la bien pagá’ en los escenarios y se acaban entonando ante el juez coplas de desgarro, de mujeres decentes que con su arte mantienen a chulos. Forrados, pero muy chulos. Aquí solo cambian las narices de algunas. Incluidas las que tienen a la hora de decirle lo que les parece a un juez. Juro prometer toda la verdad, sálvese el que pueda, el que sea feo que se esconda y Pakirrín ya triunfa como dj (ante su primer retoño).