Y como en la vieja canción de los Sirex (1965) ‘que no quede, ninguno, ninguno, ninguno de viejos”. Es la notica más chocante que he leído en mucho tiempo. Pedir a los viejos que se mueran rápido. Y no lo ha hecho un cualquiera. Ni un beodo. Ha sido todo un ministro de Economía. Sin padre, seguro. Ni madre, intuyo.
Lo ha proclamado públicamente. Olé sus bemoles. Porque hay que tenerlos bien puestos para pedir, con 72 añitos cumplidos, a los compatriotas jubilados de cualquier país que se den prisa en morir. Y no hay que tenerlos mal colocados tampoco para seguir en el cargo. Se trata de un tal Taro Aso, que tiene delito el menda, al declarar que el problema de los recortes sociales en Japón no se resolverá a menos que ‘dejemos a los jubilados que se apuren y se mueran’ (que se den prisa en morir, vamos).
La nada afortunada receta para evitar los recortes no parece haber tenido eco en las políticas de Occidente hasta la fecha, lo que siempre es un consuelo. Sobre todo, tal y como van pintando las cosas para las pensiones del futuro y para los mayores de 65. Son una ‘carga innecesaria’ para el Estado sostiene el tecnócrata que administra la economía nipona.
Analizada fríamente, la solución puede ser muy efectiva. Demasiado. No lo dudo. Y un chollo para el sector de pompas fúnebres si a los jubilados les da por obedecer, que va a ser que no. Porque suele suceder que el que se quiere morir no puede y el que no quiere, le sorprende la Parca. Así es la vida.
A menudo cruel. Tanto como este ministro, ardiente defensor de no prolongar la vida con tratamientos que, confiesa, que a él le harían sentirse cada vez peor sabiendo que todo lo paga el Gobierno. Rarito parece. Y tanto amor a la patria en estos tiempos sin mili ya no cabe. También es autor este Aso de otras perlas como llamar a los viejos ‘imbéciles‘, mientras se interrogaba que por qué tenía él que pagar impuestos ‘por gente que no hace otra cosa que sentarse, a ver pasar la vida, comer y beber’. Aquí quería yo verle hablando estas cosas con seis millones de parados enfrente, perdonándoles la vida. Amén de los jubilados.
Porque sabido es que al común de los mortales, parados, ancianos, hombres, mujeres y niños, les gusta disfrutar de la vida aún con achaques y la inestimable ayuda de la farmacopea y moderna medicina que garantizan todo país desarrollado. De hecho uno y otros son sus temas preferidos de conversa en los años del trayecto final. Después de décadas de trabajo y cotizaciones, los viejos de cualquier sociedad tienen más que ganado su derecho a tener la mejor calidad de vida que les permita su naturaleza. Y a los tratamientos médicos que pagamos entre todos. Una cosa es el abuso del consumo de fármacos y otra la debida la asistencia geriátrica.
Pero pedir a los viejos que se mueran rápido es una pasada. Una medida que, visto lo del euro por receta, dudo que además sea constitucional en España. En Japón, lo desconozco. Pero no hay noticias de que haya dimitido. Así que, como buen político, Taro Aso podía empezar por dar ejemplo. Repartir trigo en vez de prédicas. O hacerse el harakiri, al menos político, que va para 73 y en previsión de lo que le pueda tocar en suerte.