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Antonio Tinoco Ardila

Apenas Tinta

Guadiana

Ayer por la mañana, todavía de madrugada, crucé corriendo como muchas otras madrugadas el puente Real. Iba como siempre voy por allí a esas horas: acezando, con el corazón desbocado y con la cabeza a mis cosas. Pero ayer fue diferente y cuando miré el río por encima del pretil vino a mi mente, como si brotara, la canción ‘O Tejo’ (El Tajo), del grupo portugués Madredeus. Y mientras recordaba a Teresa Salgueiro cantando la estrofa inicial de la canción (“Madrugada, me descubres el río que tanto cruzo para nada”), lo que yo descubría no era el Tajo en Lisboa, sino el Guadiana en Badajoz. Mi Guadiana.

Llevo años cruzando ese puente de madrugada, corriendo y mirando el río. Como tal vez usted, sé cosas del Guadiana y el Guadiana, como quizá de usted, sabe muchas cosas de mí. Vivo en Badajoz, tengo más de medio siglo y, por lo tanto, me he bañado en él y he jugado en su orilla. He visto atardecer sobre el espejo del agua, fumando despacio. Me he tumbado sobre la hierba de la orilla, solo y en compañía, con el exclusivo propósito de asistir al espectáculo que se revelaba a esa hora junto al puente Viejo, cuando el juego del contraluz permitía observar el polvo de motas de cuarzo que lo envolvía y que el sol iluminaba fugazmente creando, solo para nuestros ojos, un universo de pequeñas estrellas que parecían nacer y morir, a ras del agua y mecidas por el viento, al son que marcaba la danza de la luz.

Todo eso de pronto me vino a la cabeza ayer por la mañana, cuando iba corriendo por el puente Real y fatigado y pensando en mis cosas miré el Guadiana bajo el influjo de la voz sobrenatural que Teresa Salgueiro tiene por costumbre. Entonces tuve la certeza de que no había lugar en el mundo que en ese momento estuviera mejor que ahí, tocado por la luz naciente que barnizaba el pretil de acero inoxidable del puente Real y formando parte de ese paisaje: era esa figura de un hombre que iba corriendo “de madrugada, cruzando el río para nada”, como en la canción. Y también supe lo que pudo sentir Pedro Ayres Magalhães, el autor de la letra que al Tajo le canta Madredeus, cuando dice que el encanto del río está prendido en un hilo. Porque el Guadiana, calmo, tenuemente oscuro, intensamente misterioso allí donde el agua no mecía el reflejo de los focos del puente, iba hacia el mar a esa hora sostenido apenas por un hilo prendido en mi memoria.

“Hay una ciudad a la que llaman Lisboa, pero sólo el río es verdad”, sigue cantando Teresa Salgueiro mientras corro y me doy cuenta de que, quizá porque esa sea su naturaleza, los ríos crean las ciudades por las que pasan. Así Badajoz solo será una imaginación del Guadiana y ese puente, y los otros tres que lo cruzan, y las nuevas orillas, y los nuevos paseos recién estrenados y tomados al asalto por los pacenses con la dicha con que se abraza a un hermano, no seamos más que una parte del cuento que ha tejido el Guadiana para crear Badajoz –como el Tajo Lisboa–, con la hebra de los siglos. Y sin haberse arrepentido nunca.

 

 

 

 

 

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Sobre el autor

Blog personal del periodista Antonio Tinoco.


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