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Antonio Tinoco Ardila

Apenas Tinta

Despedida

Estuve en la sesión de investidura de Guillermo Fernández Vara, el martes y miércoles pasado, y para mi sorpresa a los pocos minutos de iniciado el discurso del candidato tenía puesta mi atención en Clemente Checa, el exconsejero de Hacienda. Y no era porque el emplazamiento privilegiado para observar a sus señorías que es la tribuna de la Prensa de la Asamblea permitiera reparar en el hermoso y abundante pelo que luce a sus 61 años; ni porque su figura macilenta me llevara a preguntarme si no estará emparentado con la familia del emperador de Japón, que gasta como él, además de su pelo, delicados modales y, también como Akihito, tiende a desplazarse con pasos cortos; ni tampoco –y eso daría para reflexionar un rato sin distraerse con el entorno–, por qué el catedrático de Derecho Financiero y Tributario, un gran teórico sobre la Hacienda y sus impuestos, ha resultado ser tan manirroto a la hora de pasar de las leyes a la realidad de las leyes, a juzgar por cómo se han disparado la deuda y el déficit desde que lo nombró Monago para sustituir a Antonio Fernández.

Sin embargo, por nada de esto Clemente Checa había logrado, sin proponérselo, que solo tuviera ojos para él en la sesión solemne en la que Fernández Vara reclamaba todo el protagonismo. Sencillamente ocurrió que Checa representaba la excepción: era la única de las 66 personas que se encontraban sentadas en el hemiciclo de la Asamblea que no era diputado y para quien aquel acto de apertura de la IX Legislatura era en realidad su despedida.

Gay Talese, célebre maestro de periodistas, aconseja sin descanso a los reporteros jóvenes que vuelquen toda su atención en los personajes secundarios de las historias sobre las que escriban porque en ellos está la información más original, más inesperada y, por tanto, periodísticamente más valiosa. Y yo, que creo en Gay Talese con la misma devoción con que Fernando Trueba cree en Billy Wilder, puse mis ojos en Checa por jugar a seguir los consejos de Talese y sobre todo porque nadie, salvo él –que de los allí reunidos era no sólo secundario sino el único prescindible porque ni siquiera votaba–, podía vivir la ceremonia iniciática que representa toda investidura con la extraña singularidad de que, justo a la vez, uno está viviendo la hora del adiós.

Sé que es irrelevante, que seguramente pocos se acordarán de él cuando pasen algunas semanas, pero no dejaba de atraerme Checa en sus últimos momentos como personaje público. Vi que, a diferencia de los diputados, no tuvo ni un folio sobre la mesa. Ni una tableta, ni un móvil. Que ocupó la tarde del martes y la mañana del miércoles en jugar mucho con las manos: en tamborilear los dedos contra la madera, en construir círculos y elipses con el cable del teléfono. Aplaudió cuando los diputados populares aplaudían a José Antonio Monago, pero no estuvo en el Pleno; se le veía lejos de allí. Y cuando terminó la investidura y los socialistas se abrazaron, vi a Checa salir del hemiciclo con pasos cortos, quizás sintiendo con alivio consumada la hora del adiós.

 

 

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Blog personal del periodista Antonio Tinoco.


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