Este periódico publicó el pasado domingo un reportaje –cuyos autores, Natalia Reigadas y José Vicente Arnelas, honraron con él al periodismo— sobre el día a día de las once monjas carmelitas descalzas que viven en el convento de clausura de la Inmaculada Concepción del Carmen de Talavera la Real, y si yo fuera político y estuviera enredado en la campaña electoral de Cataluña, haría fotocopias de las tres páginas que ocupaba, las repartiría en mis mítines y dejaría que el texto de Reigadas y las fotos de Arnelas hablaran por mí: no lo podría hacer mejor. Porque de las palabras de las monjas y de esas imágenes sobre sus actividades cotidianas entre las paredes del convento se pueden aprender algunos conceptos más certeros sobre qué es una verdadera declaración de independencia que en la avenida Meridiana de Barcelona por la que discurren las manifestaciones de la Diada, y donde centenares de miles de catalanes marchan alegres cantando ‘Els Segadors’ y haciendo tremolar al viento del Mediterráneo sus banderas esteladas.
Y es que ante la declaración de independencia de, por ejemplo, la monja Yudis, una colombiana que estudió contabilidad y acuicultura y que a los 25 años (ahora tiene 31) dejó sus aficiones, sus bailes, el rap, el heavy metal, los novios con los que tonteaba, e ingresó en un convento para rezar; o la de Laudy, todavía novicia de 24 años, que abandonó la carrera de Medicina en segundo curso después de estar pensando desde los 13 tomar los hábitos, a pesar de saber que eso supondría reducir el contacto con su familia a sus conversaciones por Skype y limitar sus diversiones a tirar a canasta o lanzar la pelota al otro lado de la red de un campo de voleibol hecho en una explanada de tierra; o la de María, la priora, que lleva 50 años en la clausura (ingresó con 21) y todavía concibe su vocación como una misión… Ante decisiones como éstas, tan poco gregarias, tan independientes, empalidecen los mítines, las soflamas, las comparecencias post-modernas frente a la prensa internacional –periodistas españoles, abstenerse— en las que Artur Mas, Oriol Junqueras y el cabeza de la candidatura de Junts pel sí (Juntos por el sí), Raül Romeva, parecen empeñarse en tratar de demostrar al mundo que la independencia de Cataluña goza de la mayor legitimidad democrática, pues ningún viaje a ninguna parte puede salir de las mentes de personas que dominan tantas lenguas extranjeras.
Podrán hablarnos de declaraciones de independencia; todo el mundo lo está haciendo en Cataluña estos días. También lo hacen –por vía de contraste y con gran contento del adversario porque es alimento para su justificación–, los que se empeñan en tratar de establecer que España sólo puede existir en la versión monolítica que ellos defienden. Pero ninguna tan decisiva, por radical, como la declaración de independencia de estas mujeres. Ni tan generosa: dispuestas a encerrarse en vida por mantener la decisión de elegir su propio camino. He ahí una declaración de independencia: todas las naves, al fuego.