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Antonio Tinoco Ardila

Apenas Tinta

Desguace

Uno no sabe qué pensar cuando oye al arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, decir que estamos asistiendo a ”una invasión de emigrantes” o qué estamos haciendo en Europa recibiendo a miles de refugiados, si es seguro que no todos son “trigo limpio”. Uno no sabe qué pensar cuando un arzobispo revela que entre sus más sentidas preocupaciones –en principio sería fácil de imaginar que pastorales, aunque quepan dudas–,  se encuentra el destino de la identidad de Europa. Uno no sabe qué pensar de todo esto no porque no haya oído lo mismo muchas veces; al fin y al cabo esas ideas son –no sólo son: están—más viejas que la pana, se repiten desde tiempo inmemorial y se renuevan prácticamente cada día en las vallas que se levantan y en las alambradas con que se las remata, sino porque casa mal oírlas y que quien las expresa sea un arzobispo, un hombre del que cabe pensar que ha hecho del Evangelio su guía espiritual, y no un tipo desalmado, de esa derecha extrema que provoca escalofríos y que es incapaz de sentir una mínima empatía ante las miles de personas que huyen de una guerra y nos piden cobijo ante su incierta suerte.

Y mucho peor casa cuando se arma un revuelo, alguien le dice que quizás fuera conveniente que explicara todo un poco y la justificación que da al día siguiente –por portavoz interpuesto, faltaría más– es que lo que ha querido poner de manifiesto el arzobispo Cañizares es su preocupación porque entren en Europa terroristas confundidos entre los refugiados. Acabáramos: lo que quiere decir el arzobispo es que ha equivocado la vocación, porque no pierde la oportunidad de tratar de ejercer de ministro del Interior. Y no cualquier ministro del Interior, sino húngaro, a ser posible.

El caso es que, por sorprendente que parezca, he sentido un cierto regocijo al oír estas palabras del arzobispo. En primer lugar porque, aunque le pese, Cañizares es sólo arzobispo y no un ministro del Interior que pueda llevarlas a cabo de inmediato; es un alivio. En segundo lugar y sobre todo, porque se nota mejor el abismo que hay entre el arzobispo Cañizares y el papa Francisco, que está mostrando fehacientemente la actitud solidaria y comprometida para con las víctimas que se espera de un cristiano. Y es que este asunto de los refugiados y la amenaza que suponen permite apreciar con nitidez que Francisco está haciendo todo lo posible por mandar al trastero de la historia de la Iglesia católica a gente como Cañizares. Se le ve ya tan rancio, tan a trasmano, dice unas cosas este hombre tan –por utilizar una palabra frecuente en su vocabulario—poco edificantes que si con su intervención sobre los refugiados albergaba alguna esperanza de que alguien de la Iglesia cerrara filas y le palmeara el hombro, lo único que ha logrado es dejar al descubierto que su posición, aunque fuera compartida por muchos integrantes de la jerarquía católica española hasta hace dos telediarios, no es más que material de desguace. Otro tanto para Francisco. A mí me gusta.

 

 

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Blog personal del periodista Antonio Tinoco.


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