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Antonio Tinoco Ardila

Apenas Tinta

Fantochada

Desconozco al detalle el fondo del conflicto que ha llevado a que el pasado viernes un grupo de bomberos pertenecientes a la Diputación de Cáceres boicoteara ruidosamente el pleno que se estaba celebrando, y que indujo a la presidenta de la institución a suspenderlo, como nos ha contado el periodista Manuel M. Núñez en estas páginas. Pero, aun desconociéndolo, me atrevo a aventurar que se trata exclusivamente de diferencias laborales y/o salariales con la institución de la que son empleados. Llego a esta conclusión por dos razones: porque tras la devastación que ha provocado la crisis económica en sueldos y derechos laborales sólo cabe esperar una protesta tan enérgica de un colectivo que tiene asegurado su empleo, de modo que no corre peligro por mucho que haga plantes y huelgas -–y que sólo por eso ya se encuentra en una posición de privilegio con respecto a la generalidad de los trabajadores que, o están en el paro o viven con los sueldos recortados y el miedo a acabar en él–; y, en segundo lugar, porque no es frecuente ver en Extremadura manifestaciones tan recias (las de este fin de semana en París ante la Cumbre sobre el Cambio Climático podrían servir de ejemplo), que no tengan que ver directamente con el bolsillo de los manifestantes.

Con todo, lo que más llamó mi atención de lo ocurrido el viernes en la Diputación de Cáceres no fue la contundencia de la protesta ni tampoco la ausencia de una respuesta institucional acorde con la naturaleza de la interrupción de un acto oficial como es un pleno. Lo que más me sorprendió fue que en un momento de la misma uno de los bomberos se paseó por el salón, e incluso trató de dirigirse a los diputados que se habían reunido allí no precisamente para oírle, vestido de modo que pareciera un preso de Guantánamo con su mono naranja, y con las manos y los pies encadenados y con una capucha tapándole la cara y la cabeza, como si también fuera una de las víctimas de las torturas que los soldados estadounidenses infringieron a los prisioneros iraquíes en la tristemente célebre cárcel de Abu Ghraib.

Ante tal representación sólo se me ocurre decir que fantochadas, las precisas, y si quieren protestar por su situación en el trabajo deberían elegir mejor los materiales de los que se sirven, aunque sólo sea por evitar jugar con el fuego de trivializar según qué cosas. Porque ver a un bombero de la Diputación de Cáceres vestirse como si fuera un preso torturado, cuando su problema es simplemente que no le pagan la disponibilidad de estar localizable por si surge una emergencia, es dejar atrás unos cuantos pueblos la raya del respeto a los que sufrieron, y sufren, la barbaridad de una vesania que tan alegremente para ellos les sirve de disfraz.

Me pregunto qué clase de realidad están viviendo estos bomberos para que se les pueda ocurrir pensar -–y no a uno, el disfrazado, sino al conjunto de ellos, que lo jalearon– que un hombre torturado representa su conflicto. ¿Por qué rendijas del cerebro se les cuelan esas ideas?

 

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Blog personal del periodista Antonio Tinoco.


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