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Antonio Tinoco Ardila

Apenas Tinta

Bastardos

No me gustaría vivir en un país que pretendiera sepultar en el olvido a Salvador Dalí, Josep Pla o Dionisio Ridruejo porque fueran franquistas, mucho o poco tiempo o con variable intensidad. No me gustaría vivir en un país que estableciera una vara de medir ideológica, porque ya tenemos suficientes ejemplos de hacia dónde nos conduce iniciar según qué discusiones sobre determinados tipos de purezas. Digo esto porque el Ayuntamiento de Madrid quiere borrar los vestigios del franquismo y, a las primeras de cambio, ha tropezado con la realidad de la vida, que por resumir diríamos que nos enseña a no hablar de buenos y malos con ligereza porque las apariencias siempre engañan y se vuelven contra los crédulos.

No me gustaría vivir en un país que quitara del callejero a Dalí, Pla o Ridruejo. Sería como darle una nueva oportunidad a la ignorancia. Sería despreciar, por ejemplo, obras como ‘Muchacha en la ventana’, ese lienzo que muestra el delicado espectáculo de la espalda de una mujer mientras contempla el mar y por el que su autor –fuera quien fuera; incluso un sinvergüenza mercader del arte como Salvador Dalí– merecería un bulevar. Sería como hacer todo lo posible para que se pudrieran en los sótanos de las bibliotecas ‘Los cuadernos de Rusia’, de Ridruejo (¿Tan sobrados de calidad andamos en las Letras españolas de hoy que despreciamos una pluma como la de Ridruejo?) y ‘El cuaderno gris’ o ‘Viaje en autobús’, de Pla, quien sólo por ‘El advenimiento de la República’, un librito de no más de 200 páginas, debería dar nombre no sólo a calles y plazas, sino a las facultades de Periodismo de cualquier país civilizado. Les invito a que lean el apunte que, recién llegado a Madrid, escribió Pla en su dietario justo el 14 de abril de 1931. Son apenas 13 frases limpias como una patena, en las que, por cierto, sale mencionada –de pasada, pero sale– Extremadura. En ellas queda condensado el asombro por la gozosa erupción democrática –y la excepción histórica–, que suponía el nacimiento de la II República.

Miguel Hernández, nuestro sobresaliente poeta del ‘Niño yuntero’ y ‘Las nanas de la cebolla’ también escribió este cuarteto: “Ah, compañero Stalin: de un pueblo de mendigos/has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente,/y la cárcel ahuyentan, y prodigan los trigos/como a un inmenso esfuerzo le cabe: inmensamente”. Y el inmenso Rafael Alberti escribió ‘Sobre los ángeles’, pero también este romance mucho menos angelical: “No ha muerto Stalin. No has muerto./Que cada lágrima cante/tu recuerdo./Que cada gemido cante/tu recuerdo./Tu pueblo tiene tu forma,/su voz tu viril acento.”

La dictadura franquista dejó morir a Miguel y mandó al exilio a Rafael. Quiso borrarlos del mundo por, entre otras, odas al genocida Stalin como éstas. ¿Deberíamos nosotros, que nos tenemos por demócratas, pagar a los artistas que alabaron a Franco con la moneda de la depuración? Como se dice ahora tan campanudamente: no en mi nombre. Porque somos bastardos. Perros de mil leches. Hijos y nietos de perros de mil leches. Chuchos impuros.

Y a mí me gusta.

 

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Blog personal del periodista Antonio Tinoco.


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