Durante los últimos días me ha venido recurrentemente a la memoria Rosa Parks, la mujer negra de Montgomery (Alabama) que el 1 de diciembre de 1955 se negó a cederle el asiento en el autobús a un hombre blanco, como indicaban las normas vigentes del transporte público. El conductor del autobús la denunció y fue encarcelada por alteración del orden. Como se sabe, aquel gesto sencillo y eficaz de rebeldía resultó decisivo en la lucha por los derechos civiles, puesto que la prisión de Parks se convirtió en uno de los sucesos que generó boicot al transporte y una corriente de protestas en la población negra que, junto a otras, fue ampliándose hasta acabar con las leyes segregacionistas en los Estados Unidos.
Lo que ha hecho acordarme de Rosa Parks han sido algunos de los gestos de rebeldía que hemos visto en los últimos días en personas significativas de Podemos, y que tanto éxito tienen en las redes sociales. Por ejemplo, Carolina Bescansa con su bebé en la sesión constitutiva del Congreso. O el beso que se dieron Pablo Iglesias y el líder de ‘En comú podem’, Xavier Doménech, tras la intervención de éste durante la primera sesión de investidura de Pedro Sánchez. O esa otra llamada de atención rebelde, contada el sábado pasado por el periodista Juan López-Lago en HOY, que significaban las zapatillas, los vaqueros y la camiseta de Spiderman con que se vistió Armando Cuenca, el concejal de Podemos en Pamplona y extremeño de Alcántara, para asistir a la celebración del Privilegio de la Unión, una ceremonia de casi seis siglos de existencia en la que se recuerda la unión de los tres burgos que constituían la ciudad de Pamplona y a la que los concejales acuden, cualquiera que sea la época y el color ideológico de la corporación municipal, con frac y chistera.
¿Qué pensaría Rosa Parks, la del gesto rebelde en el autobús de Montgomery contra las leyes que discriminaban a los negros frente a los blancos, de esos gestos rebeldes de Bescansa, Iglesias, Doménech y Cuenca? No dejo de preguntármelo. Como es lógico –Rosa Parks murió en 2005–, no es posible saberlo. Quizá reiría si fueran la expresión de un estupor estético, como el que anima a Fernando Arrabal y su Grupo Pánico cuando suelta una piara de cerdos sobre el escenario de un teatro. Pero me atrevo a decir que Rosa Parks reiría menos, o no reiría nada, si los cuatro citados pretendieran que viéramos esos gestos, –y así sucede–, como manifestaciones de ese tiempo nuevo de la política del que enarbolan condición de heraldos. Yo ya –y digo ya porque al principio les atribuí alguna virtud terapéutica contra el marasmo político– no logro ver más que superchería y fatuidad. Y más gravemente, como la última versión de la parábola que busca que el necio escoja mirar al dedo en lugar de a la luna. Y es que si el movimiento 15M deviene en que dos hombres se besen junto a las taquígrafas del Congreso; o que un concejal cambie el frac por la camiseta de Spiderman para ir a una procesión, va a resultar que Podemos es una burbuja política. Y lo peor: con resultados devastadores sobre la esperanza en un futuro mejor de millones de españoles.