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Antonio Tinoco Ardila

Apenas Tinta

Tribu

Clisaditos como estamos ante las pantallas y las hojas de los periódicos con la interminable sucesión de casos de corrupción –de manera que uno acabará pensando que el espinazo moral de nuestro país está sostenido únicamente por la Unidad Central Operativa (UCO), de la Guardia Civil, y la Unidad Central de Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF) de la Policía–, el pasado miércoles pasó inadvertida una de esas noticias que merecían haber cabido en telediarios y en periódicos de toda España. Pero, ¡ay!, yo solo la encontré en ‘El Mundo’.

Ese día, 13 de abril, el colegio Ramón y Cajal de la pequeña localidad zaragozana de Alpartir –565 vecinos; distante 60 kilómetros de la capital–, entró en la muy selectiva nómina de ‘escuelas Changemaker’, una red que integra a 1.200 colegios de todo el mundo –600 de Primaria y 600 de Secundaria; sólo 15 de ellos en España– que están transformando la educación con herramientas de mucho menos relumbrón que las tecnológicas, como el trabajo en equipo, la creatividad, la empatía y la resolución de los problemas. La institución estadounidense Ashoka, que es la que ha impulsado esta red de escuelas, las elige por su carácter pionero e inspirador de los cambios sociales del futuro.

¿Y cómo es la escuela de Alpartir? Muy modesta: es un centro rural agrupado y tiene sólo tres aulas donde, mezclados, se educan 34 alumnos de entre 3 y 12 años. Pero es tan importante para Alpartir, que este pueblo ha sabido hacer de ella la razón de ser de su supervivencia. Un dato revela su importancia: esta escuela tiene Constitución, que se renueva cada dos años y en cuya elaboración participan el Ayuntamiento, los padres y las diez asociaciones que hay en el pueblo. Está escrita en las tres lenguas oficiales del centro: el castellano, el rumano y el árabe, para reconocer los idiomas maternos de todos sus alumnos. Y, quizás, lo más importante: el claustro está formado no sólo por sus cinco maestros, sino por todo el pueblo: las personas mayores ‘dan clase’ en Ciencias Sociales, contando sus experiencias a los alumnos; y en Ciencias Naturales, enseñándoles a mantener el huerto, a estercolar la tierra y a seleccionar semillas. Y los niños ayudan a los abuelos a aprender informática. Los resultados académicos son iguales a la media de los centros aragoneses, pero mejores cuando se evalúa el trabajo en equipo y la expresión oral.

Mientras todos mirábamos a Mario Conde, José María Aznar, al por entonces todavía ministro Soria, al alcalde de Granada, además de a la ya patética incapacidad de nuestros ilustres dirigentes para acometer el mínimo trabajo en equipo que ayude a construir el andamiaje esencial del que salga un gobierno, el futuro –el importante, el que le puede proporcionar un sentido a este país— se labra en sitios a los que no alcanzan los focos que alumbran la agenda de la realidad virtual ante la que nos clisamos. Uno de esos sitios es el colegio Ramón y Cajal de Alpartir, un pueblo que se ha tomado al pie de la letra ese sabio proverbio africano según el cual “para educar a un niño hace falta la tribu entera”.

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Blog personal del periodista Antonio Tinoco.


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