Seguramente muchos de ustedes estarán al tanto de las palabras que el líder de Podemos, Pablo Iglesias, dijo el pasado jueves contra los periodistas en general y, en particular, contra el redactor de ‘El Mundo’ Álvaro Carvajal durante el acto de presentación de un libro que tuvo lugar en la Universidad Complutense. Iglesias vino a decir que si uno quiere prosperar hoy día en una empresa periodística de nuestro país tiene que criticar a Podemos aunque esa crítica no se atenga a los hechos. “Son las reglas del juego”, añadió en medio del alborozo de su auditorio. Horas después vino la disculpa e incluso, el pasado domingo, el abrazo de Pablo Iglesias al ofendido Carvajal. Por supuesto, el abrazo fue fotografiado y, como mandan los cánones de la comunicación política, difundido por la redes sociales. De este modo, Iglesias ha logrado ‘ser noticia’–con alguna portada incluida– por decir lo que dijo y por desdecirse de lo que dijo. Bingo.
A mí, como periodista y a pesar de que algunos de mis compañeros de la Asociación de la Prensa de Badajoz me lo puedan echar en cara, la invectiva de Pablo Iglesias no me ofendió. Al contrario, esa desconfianza que demostró tenernos me supo a gloria: si una de las reglas no escritas más saludables del oficio del periodista es desconfiar de los políticos, lo lógico es esperar que la desconfianza sea mutua. Y cuando alguien la expresa, aguantarse si te escuece: donde las dan las toman.
De hecho, me preocupa más la reacción que, como colectivo ofendido, hemos tenido los periodistas, que las palabras de Iglesias. En primer lugar, porque abandonamos el acto de la Complutense, como si no tuviéramos más ocasiones de abandonar actos a los que se nos convoca, y muy particularmente esas ‘ruedas de prensa’ sin preguntas, que es una contradicción en sus términos y a las que asistimos con la cara de cordero degollado que inevitablemente se nos pone cuando aceptamos muy sumisamente ser los figurantes de la farsa.
En segundo lugar, porque somos un colectivo fácilmente criticable. Quiero decir que acumulamos razones para que nos pongan a caldo. Entre otras, porque bajo el manto del periodismo hemos dejado que tengan cobijo cosas que no lo son. Y le otorgamos idéntico calificativo de ‘periodístico’ a un trabajo que aspira a contar lo que pasa con las reglas del oficio, y por el que su autor no va a ganarse nunca una palmadita en la espalda de ningún político –al contrario: si se gana algo es su malhumor, su insulto o, algunas veces ocurre, la petición de su cabeza–, que a otro que no es más que un ejercicio de almíbar y de baba. Y no es lo mismo el periodismo de investigación que el periodismo de felación, aunque los dos se nos presenten con las mismas hechuras formales.
En medio de la polémica sobre las palabras de Pablo Iglesias, el director de HOY escribió en Twitter dos frases interesantes. Decía Ortiz: “Un político criticando a un periodista indica que algo va bien. El problema serio son los periodistas que escriben al dictado de políticos”. Un buen resumen al que me acojo.