Ajeno a los fastos del Día de Extremadura, alcanzo noticia por medio del artículo del pasado viernes publicado en estas páginas por Fernando Valbuena, de que en el acto institucional del Teatro Romano el grupo ‘Los niños de los ojos rojos’, cito textualmente, “descerrajó una versión caníbal del himno de Extremadura”. Escribía Valbuena bastante enfadado, cosa extraña en él, pues tiene la socarronería como disolvente del mal humor. No nombró –imagino que como castigo– al grupo musical en su artículo, pero les afeó su indumentaria –iban vestidos con faldas escocesas; tal vez para poder enseñar fácilmente el culo, como hicieron al final–; criticó el corte de pelo de alguno de sus integrantes, y les tildó de ‘desharrapados’. Comoquiera que sobradamente sé, porque no me pierdo ninguno de los artículos de Fernando, de su acuciado uso del lenguaje, ante el empleo de tales términos me tiré como gato a bofe a internet para ver esa ‘versión caníbal’ del himno regional.
¡Resultó –lo lamento, Fernando– que lo que vi era estupendo! ¡Me encantó esa versión gamberra, rapera, (¿cómo es lo opuesto a solemne? ¿insolente, desvergonzado?), y por eso mismo tan refrescante: era pura juerga! No es fácil convertir un himno en un jolgorio y ‘Los niños de los ojos rojos’ lo consiguieron. Olé por ellos. Y no es fácil que un himno sobreviva a tal sesión de apostasía. Y también lo logró. Olé por Miguel del Barco.
Que conste que a mí, como a Valbuena, me gustan los himnos solemnes, que te pongan la piel de gallina y un nudo en la garganta. El de Extremadura lo consigue porque me parece, música y letra, precioso y porque soy un sentimental: siento cuando lo oigo –y lo canto por lo bajini: me sé la letra—que dice cosas de mí, de mi gente, del sitio donde vivo y me he criado… en fin, eso que a veces resulta importante sentir.
Pero aún gustándome mucho que la Orquesta de Extremadura toque el himno y, pongo por caso, el coro de la Universidad lo cante en la ceremonia oficial del Día de Extremadura, no dejo de reconocer que a los himnos les falta… ¿cómo lo diría?: darse un revolcón. O alguien que se lo dé. Si bien miramos, los himnos son esas piezas musicales a las que tenemos mal acostumbradas porque nos obligan a soportar su permanente ataque de importancia. Y es bueno que se les bajen los humos. Para que dejen de obligarnos a escucharlos con el espinazo tieso y expresión marcial, como si los himnos –y llegados aquí habría que decir ya ‘como si la patria’—sólo se pudiera sentir en posición de firmes.
‘Los niños de los ojos rojos’ han hecho una versión del himno –mejor sin enseñar el culo: eso sobró– opuesta a la posición de firmes: es una versión, digamos, del rompan filas, que es la patria que a mí más me gusta: la de todos y revueltos en la calle, contaminada por los bares, por las fiestas, por las verbenas. Esa patria, con su himno, que sabe estar –como Dios en los pucheros, que diría Santa Teresa— en todos los sitios donde hay alguien que la sienta sin necesidad de exhibir las credenciales de patriotismo que se expenden en los patios de armas.