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Antonio Tinoco Ardila

Apenas Tinta

Miedo

Hace unos días Pablo Iglesias e Íñigo Errejón se enzarzaron en twitter en una disputa en torno al miedo. El primero reclamaba para Podemos ser la fuerza política capaz de “meter miedo a los sinvergüenzas”. El segundo le replicó diciendo que las energías de Podemos debían emplearse, más que en meter miedo, en seducir a quienes todavía no los consideran un partido en el que confiar.

El asunto, como cabía esperar, ha suscitado multitud de comentarios y ha permitido que las redes sociales –ahí donde hemos convenido en pensar que se ha refugiado la realidad— echen humo sobre la divergencia, cada vez más notoria, entre el jefe de Podemos y su escudero. El hecho de que inmediatamente después se apresuraran en las mismas redes los correspondientes peces-piloto de uno y otro por mostrar su adhesión inquebrantable (aunque sobre todo a Iglesias, por algo es el macho alfa), no hizo más que poner de manifiesto la magnitud de la discrepancia que, más tarde, y siguiendo la lógica de la vieja política, se quiso disimular.

Esa disputa me interesó, pero no tanto por la discusión Iglesias-Errejón, que al fin y al cabo es la del clásico dilema del Príncipe querido o temido, sino porque, de pronto, me hizo visible el miedo. Es decir, el miedo que les tengo. Miedo a todos: a Rajoy, a Sánchez, a Iglesias, a Rivera. Miedo a no saber qué criatura monstruosa son capaces de crear, pero miedo porque lo que sí sé es que, sea cual sea, será a imagen y semejanza de uno, dos, tres o de todos, qué más da, y que, por tanto, no hay esperanza de que sea algo distinto a una creación que temeré.

Y es que los cuatro nos han traído hasta aquí. Repartir las culpas, como quien distribuye porciones desiguales de queso, es a estas alturas inútil: después de casi un año he llegado a la conclusión de que uno de los errores que hemos cometido –disculpable porque tienen distinta apariencia– es pensar en cada uno de ellos como individuos. Abramos los ojos: no existen Rajoy, Sánchez, Iglesias o Rivera. No existen por más que quieran hacernos creer que cada uno de ellos es un (mal) político, singular en su género, cada cual con sus miserias propias. Pudieron existir hace meses, pero desde diciembre hasta acá han fabricado una batidora que ha triturado lo que fueron cada uno de ellos, con sus partidos, sus siglas y con aquellos discursos con los que nos trataron de seducir y que ya nos atemorizan, de manera que ahora sólo queda un magma informe, una pulpa hecha de la suma de sus cuatro inutilidades, de sus cuatro egoísmos, de sus cuatro voluntades aderezadas, eso sí, de a cual más bonito discurso autoexculpatorio.

Siempre me he resistido a justificar esa idea cínicamente desencantada del ‘todos los políticos son iguales’, que es uno de los asuntos clásicos de las barras de los bares. Pero llegados a este punto no encuentro argumentos, y bien que me gustaría, para no rendirme ante ella. Y es que lo han logrado: son ya el mismo individuo con cuatro cabezas. Un monstruo que mete miedo y del que barrunto que a poco que le dejemos nos hundirá. Todavía más.

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Blog personal del periodista Antonio Tinoco.


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