No pueden ni imaginarse los privilegios que por el trabajo que desempeñamos tenemos a nuestro alcance los periodistas. Yo he disfrutado de incontables privilegios –y lo que te rondaré, porque se me hacen los dedos huéspedes de los que me quedan por disfrutar—, y de entre ellos no es el menor el haber asistido desde un magnífico asiento –la mayor parte del tiempo desde el que me proporcionaba la Redacción de este periódico–, al espectáculo de ver cómo poco a poco se iba desarrollando el programa de trasplantes de órganos en la Sanidad extremeña. Desde aquellos años –hace más de 25– en que sonaba el teléfono y era el entonces gerente del Infanta Cristina, Dámaso Villa, anunciando con una alegría que no podía disimular que había habido una donación de órganos y de resultas de la cual se había trasplantado un riñón, o dos, en el hospital; o era Melchor Trejo, presidente de Alcer, que daba una rueda de prensa animando a la gente a que se hiciera con el carnet de donante. No tenía efectos prácticos, era sólo un gesto, pero aquel trozo de cartulina te iba brincando en la cartera y uno, con toda la razón, lo sentía como un íntimo secreto solidario y, a la vez, como una orgullosa declaración de intenciones; o era Julia del Viejo.
Julia Del Viejo merece un punto y aparte. Porque se encargó durante años –y lo hizo hasta que apenas le quedaba vida— de un asunto más delicado si cabe que el de hacer que el riñón, el corazón o el hígado de un cadáver burle al destino y continúe viviendo y dando vida a otra persona. Ella se encargaba de lograr que los familiares de un candidato a donante digan sí a la donación en lugar de decir no justo en el terrible momento en que acaba de morir. Hubo un tiempo en que Extremadura aparecía en los primeros lugares de España en negativas de las familias de los posibles donantes a que se les extrajeran los órganos para implantarlos en quien los necesitara. Ahí, en ese ‘no’, acababa todo el esfuerzo de la ciencia y, más decisivo, también acababan las esperanzas –algunas veces exactamente las esperanzas de seguir viviendo—de los candidatos a recibir un órgano. Julia del Viejo encabezó el grupo de profesionales sanitarios que cambió la ominosa estadística que nos señalaba a los extremeños entre los insolidarios de España. Un estigma del que nos libró al lograr rebajarla por debajo de la media, donde ahora se encuentra.
He recordado todo esto al leer hace unos días en este periódico los datos que ofrecieron el consejero de Sanidad y el gerente del SES sobre la donación de órganos y trasplantes en nuestra región del año pasado: en Extremadura se hicieron 194 trasplantes en 2016; la tasa de donación fue de 42 por millón de habitantes, por encima del objetivo de la Organización Nacional de Trasplantes para el año 2020; y las negativas familiares representaron el 13%, tres puntos por debajo de la media nacional. Pueden parecer datos fríos, pero sería un error que nos los tomáramos así. En realidad, y a pesar de lo que queda por mejorar, son un orgullo colectivo que este oficio mío me proporcionó el privilegio de ver crecer.