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Antonio Tinoco Ardila

Apenas Tinta

Cuando algo se quiere, se puede

 

Leo siempre la crónica que escribe cada año en este periódico Natalia Reigadas sobre el desfile del Carnaval de Badajoz. Me fijo en las descripciones que hace de los trajes de cada comparsa, de los complementos de bisutería, plumas, estandartes…, así como de sus ritmos, su percusión, los elementos auxiliares de que se valen para llevar a la avenida de Santa Marina (el ‘sambódromo’ de Badajoz por excelencia) su espíritu carnavalero. Y también me fijo en la procedencia de las comparsas. En la crónica del domingo, Reigadas mencionó a comparsas de Miajadas (la ganadora: Los Colegas); de Olivenza (la segunda: Donde vamos la liamos); de Talavera la Real (Los Lingotes, que quedó en tercera posición); de Torremegía (la mítica Las Monjas, que ha ganado siete veces el concurso y que este año se quedó sin premio), de Barbaño, Valdelacalzada, Alange, Quintana de la Serena, Gévora, Barcarrota, Pueblonuevo del Guadiana, Puebla de la Calzada, Villafranco, Guadiana, Calamonte, Arroyo de San Serván, Don Benito, La Garrovilla… De algunas de estas localidades había más de una comparsa en el desfile, sin olvidar también que había muchas otras cuyo origen no mencionó la periodista en su crónica. Fueron 7.000 personas de muchas localidades de la región, organizadas en 94 agrupaciones, bailando al ritmo de la percusión, en un río de música y color que se inició a las 12 de la mañana y que no paró hasta bien entrada la tarde, y a cuyo espectáculo asistieron otros cuantos miles de personas en todo el recorrido.

Lo que ocurre el domingo de Carnaval en Badajoz (y también en otras localidades extremeñas y no necesariamente el domingo, en las que hay nutridos desfiles) puede verse como una gran explosión festiva: un canto al baile y a la música, al disfraz y a la alegría de vivir. Todo eso es lo primero que salta a la vista en el desfile y con su participación, en unos casos, y su contemplación, en otros, ya nos sentimos satisfechos. ¿Pero por qué no verlo de otro modo? ¿Por qué no verlo como el resultado de un ingente trabajo hecho por equipos conectados entre sí alimentados por la misma ilusión y que confluyen físicamente ese día, que unen sus fuerzas y que, todos juntos, dan como resultado una gran manifestación… en este caso de amor y júbilo por el Carnaval? Son equipos, además, que muchas veces representan un porcentaje muy significativo de la juventud de una localidad, que al juntarse en torno a una comparsa demuestra que es capaz de realizar un esfuerzo sostenido durante meses para lograr el objetivo de expresarlo ese domingo lo mejor posible a través de sus disfraces, sus ritmos y su coreografía. El desfile del Carnaval es, por tanto, también una concentración de energía alimentada por fuentes de procedencia diversa y unidas por el objetivo común de convertir un pasacalles en el mejor espectáculo. ¿Por qué no verlo como un modelo de colaboración y de confluencia de voluntades que podría trasladarse a otros afanes colectivos más enjundiosos y decisivos para el conjunto de los ciudadanos? Quizás es cuestión de proponérselo. El desfile del Carnaval demuestra que cuando algo se quiere, se puede.

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Sobre el autor

Blog personal del periodista Antonio Tinoco.


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