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Antonio Tinoco Ardila

Apenas Tinta

La agonía del tiburón

El novelista norteamericano Adam Johnson logró con su novela ‘El huérfano’ el premio Pulitzer en el año 2013 y dos años después el Nacional de Literatura de los Estados Unidos con el libro de relatos  ‘George Orwell fue amigo mío’. Como a veces los adjetivos parecen palabras bastardas, bastará decir de Johnson que en él se cumple la frase de Gabriel García Márquez según la cual el novelista debe ganar a los puntos el combate que libra con sus lectores, mientras el narrador breve debe ganarlo por K.O. Y Johnson, como si fuera un Mohamed Ali de la literatura, hace con los lectores lo que se le antoja: unas veces los seduce lentamente y otras les deslumbra la imaginación con frases como derechazos al mentón.

‘El huérfano’ es un emocionante combate que libra con el lector a lo largo de más de 600 páginas en las que se nos muestra la alucinatoria realidad de Corea del Norte a través de un personaje criado en las entrañas salvajes del Estado. Johnson deja en esa novela un puñado de imágenes inolvidables por subyugantes. Una de esas imágenes es la de unos pescadores que, para satisfacer la creencia de los jefes del régimen norcoreano sobre el modo de acrecentar su virilidad, los surten de aletas de tiburón. Los pescadores, una vez cortadas todas las aletas de los tiburones que atrapan (la dorsal, las pectorales, la caudal… todas) los arrojan de nuevo al mar donde, incapaces de nadar, van hundiéndose lentamente al encuentro de la muerte. Johnson transmite al lector la agonía del escualo, que sin remedio morirá asfixiado pues necesita nadar para respirar, mientras describe el camino hacia el abismo que le espera.

Por ese incomprensible deambular del cerebro, siempre que salta a la actualidad un episodio en el que sale malparada la libertad de expresión, se me representan en mi cabeza como si fuera una película de miedo las imágenes creadas por Adam Johnson de los tiburones asfixiándose en el agua. Dirán que nada tiene que ver una cosa con la otra, pero imaginar a esos titanes del océano, seres con un organismo privilegiado capaces como casi ningún otro de dominar su mundo, pero a los que bastan unos cortes precisos de lo que parecen apéndices de su anatomía para quedar reducidos a una especie de torpedos mansos gobernados exclusivamente por su peso, tiene mucho que ver con lo que está pasando en nuestro país desde hace ya demasiado tiempo y, notoriamente, en los últimos días: que el secuestro de un libro o la condena a la cárcel de un rapero por parte de los jueces por aquí, y la retirada de un cuadro que el mandamás de una feria de arte considera molesto o la retirada del permiso para que se represente en un local del ayuntamiento una obra que incomoda a la alcaldesa por allá, pueden parecernos acontecimientos incapaces por sí solos de poner en peligro nuestro sistema de libertades. Pero nos equivocamos: cada acto de censura es como una aleta menos para el tiburón y una posibilidad más de que, si no ponemos pie en pared, acabaremos sin habla, es decir, sin aire. Tocados y hundidos; callados y muertos.

 

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Blog personal del periodista Antonio Tinoco.


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