Manuel Vázquez Montalbán acuñó una de esa frases felices que se han quedado en la memoria de la gente: “Contra Franco vivíamos mejor”. El creador de un personaje tan cínicamente descreído como Pepe Carvalho logró resumir en esas cuatro palabras el desencanto que supuso la normalidad democrática para esos espíritus que sólo creen que las cosas valen la pena si van aderezadas de emociones fuertes.
Son esos espíritus a los que se les atraganta el aburrimiento de la democracia y no les gusta que si a las seis de la mañana llaman a la puerta sea alguien que lo hace por algo que será tan poco épico como lo era el lechero cuando llamaba a esas horas en los tiempos de Churchill. No se puede comparar esa pálida rutina con la excitación que supone encontrarte de bruces con un par de ‘secretas’ de bigote y gomina que vienen a detenerte y llevarte a una comisaría a declarar en calidad –es lo menos, ya que estamos soñando– de héroe de la resistencia (ya estoy viendo cómo el coche que viene a buscarte –por supuesto, negro y sin marcas, como en ‘Pedro Navaja’—se pierde en la bruma del amanecer mientras te lleva esposado en pos de tu destino incierto…).
Los últimos acontecimientos en Cataluña me han traído a la memoria a Vázquez Montalbán porque se echa de menos su afilada lucidez medio charnega, hija de perro de mil leches, y porque su conocida frase le viene pintiparada a los partidos independentistas, que han decidido vivir a tiempo completo lo que para ellos es la última versión de vivir contra Franco: vivir contra el artículo 155. Los partidos independentistas, los únicos que se han atribuido la capacidad de formar gobierno, han encontrado la manera de disociar esa capacidad de formar gobierno con la de formarlo efectivamente y gobernar y se han abandonado a una forma de vida que les permite vacar indefinidamente y, además, aparecer como héroes de la resistencia. ‘¿Por qué voy a acabar con el 155, si es lo que justifica este ‘dolce far niente’ en el que estoy desde las elecciones de diciembre?’, parecen decirse en la intimidad de sus sedes.
Si yo fuera un adolescente tal vez los comprendiera y hasta me apuntara a su carro porque el plan es irresistible: no hacer nada, abominar de los adultos que te conminan a encarar la realidad, mirarte en el espejo y gustarte y, por si con eso no fuera bastante, quedar eximido de responsabilidades ante tus votantes, que por lo que se ve comprenden que vivir contra el 155 absorbe tanta energía y tiempo que te impide trabajar en la gestión de las cosas del común: asuntos como la sanidad, la educación, la dependencia…fruslerías ante las urgencias históricas a que te abocan las tareas del héroe.
La enfermedad de la adolescencia tiene la ventaja de que se cura con los años. También decaerá, por tanto, la que aqueja a los independentistas catalanes por mucho que el presidente del Parlament quiera prolongarla con discursos aprendidos el día en que hizo novillos y se saltó la clase de democracia. El problema va a ser que, aunque se cure, no se ve a ninguno de los llamados a gobernar que sepan hacer política en condiciones de aburrimiento. Con la falta que hace.