No se me va de la cabeza la fotografía que hizo Lorenzo Cordero, el fotógrafo de este periódico en Cáceres, a Juan Valerio y Claudia Cordero, los padres de la nueva ministra de Trabajo y Seguridad Social, el día en que su hija Magdalena fue nombrada para ese cargo por Pedro Sánchez. Seguramente recuerden esa imagen, porque después de salir publicada en este periódico ha sido difundida y comentada en la mayoría de las televisiones. En ella aparecen el padre y la madre de la ministra en su casa de Torremocha mostrando una foto de su hija. Es una imagen simple, como tantas otras, pero no es una imagen cualquiera: es la imagen del orgullo. A quien la mirara con apenas detenimiento le saltaba a la vista que en ese gesto sereno, en la mirada limpia, no altiva pero sí sostenida ante la cámara, de Juan Valerio y Claudia Cordero, estaba representado el orgullo de todos los padres ante los logros de sus hijos.
Nuestro país ha vivido en los últimos días una de las operaciones políticas más audaces y de resultado más sorprendente de los últimos tiempos. La composición del Gobierno de Pedro Sánchez, sin que nadie lo esperara, ha obrado el milagro de levantar el ánimo a muchos ciudadanos que habían perdido la esperanza de que alguna vez la política les diera esa oportunidad; tanto, que las encuestas de última hora reflejan a un PSOE resucitado de entre los muertos. Por unos días, la España fúnebre y ensimismada en su propio callejón sin salida nos hizo más jóvenes a muchos de los que ya tenemos años porque recordó la de aquellos días mágicos de la Transición en que todo parecía posible, y los descreídos en la política y mucho más en Pedro Sánchez tuvieron que comerse sus palabras (entre ellos, el que suscribe).
Sin embargo, de todo lo acontecido en este súbito cambio de Gobierno, lo de mayor valor está encerrado en esa imagen de Juan Valerio y Claudia Cordero sosteniendo la foto de su hija recién nombrada ministra. Lo es porque está lejos de los focos, porque no está contaminada con la puesta en escena que ha supuesto el goteo de ministros y ministras del nuevo Gobierno, que saltaban al ruedo de la opinión pública como si fueran la alineación de La Roja y que, por encima de la indiscutible competencia de la mayoría, ha recordado demasiado a la vieja cohetería (le ha faltado decir a Pedro Sánchez que el suyo era ‘el Gobierno de los mejores’) del nuevo jefe de gabinete del presidente, el inefable Iván Redondo, de tan infausto recuerdo por estos pagos.
Pero sobre todo lo es porque los dos ancianos que salen en la foto sosteniendo la de su hija representan la imagen de la mejor España: la que trabaja, la que saca a sus hijos adelante con el esfuerzo de cada día (el padre de la ministra ha sido pastor y guardia civil), la de las patatas con carne para comer (“vamos, que se enfrían”, apremiaba Claudia a su marido para que acabara la conversación con los periodistas y se sentara a la mesa), la que cuida diariamente de las gallinas. Esa España que honró Machado y que ha quedado prendida en esa foto y en esos padres.