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Antonio Tinoco Ardila

Apenas Tinta

La foto de nuestro mapa

El pasado miércoles los medios de comunicación se hicieron eco de un informe elaborado por las universidades de Barcelona, Girona, Valencia, Cantabria, Complutense de Madrid,  Tenerife, Sevilla, Málaga y Alicante sobre la cantidad de dinero que la Administración del Estado ha despilfarrado en obras públicas entre 1995 y 2016. El informe,  publicado íntegro en el último boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles, concluye que en ferrocarriles, carreteras, aeropuertos y desaladoras nuestro país ha gastado casi 81.000 millones de euros, de los que más de la mitad –prácticamente 45.000– han sido un despilfarro, es decir, se han empleado en «infraestructuras innecesarias, abandonadas, infrautilizadas o mal programadas».

El informe incluye datos concretos de en qué obras se ha despilfarrado y en qué comunidades autónomas están esas obras. El pormenor es tan sorprendente que me pregunto por qué no ha sido aprovechado por nuestras autoridades para lanzar una campaña publicitaria sacando pecho en todos los rincones de España por el singular honor que cabe a Extremadura de ser la comunidad que menos ha aportado al despilfarro: apenas 20 de esos 45.000 millones inútiles. Fue, según el informe, en las obras de mejora del Aeropuerto de Badajoz. Salvo ahí, los extremeños no hemos puesto al Estado ante la incómoda tesitura de que tire el dinero en nuestro beneficio. Nadie sale tan barato como nosotros. No podrá decir lo mismo Cataluña, a la que menciono sólo por el dato de que el Estado (ese ente a cuyo frente están bestias, según el diccionario del ‘president’ Torra) gastó 9.160 millones de euros en obras innecesarias en su territorio, el 20% del total del despilfarro en nuestro país. Las comunidades de Madrid, con más de 7.700 millones, y Valencia, con casi 6.000, siguen a Cataluña en esta clasificación reveladora de hacia dónde han mirado y hacia dónde han evitado mirar los gobiernos del último cuarto de siglo.

He recordado todo esto del despilfarro tan crudamente asimétrico viendo las imágenes de los viajeros extremeños a los que un vagón del tren en el que iban a Madrid les salió ardiendo el pasado sábado cerca de Torrijos. No sé quién es el autor de la foto que este periódico publicó el domingo en la que se ve al grupo de viajeros arrastrando las maletas por los rastrojos mientras se alejan del tren que los había dejado tirados, pero si quien la hizo lee esto quiero que sepa que para mí no ha logrado una foto, sino mucho más:  ha desvelado el mapa que nos ha adjudicado este Estado que, cuando se trata de Extremadura, ha considerado históricamente despilfarro hasta el escueto dinero que se necesita, no ya para tener un tren que llegue a su destino sin que arda en el trayecto, sino el preciso para salvarla de la desolación que la foto expone. La desolación de que extremeños de 2018 tengan que ir arrastrando sus maletas por ese campo tostado por el sol exactamente igual a como iban los cómicos de la postguerra en aquella película de Fernando Fernán Gómez que tan acertadamente se llamaba ‘Viaje a ninguna parte’.

 

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Blog personal del periodista Antonio Tinoco.


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