El pasado domingo este periódico publicó un reportaje sobre la diversidad sexual. La periodista Natalia Reigadas recogía los testimonios de una lesbiana, un gay, un transexual y un bisexual que viven en nuestra región y que contaban su particular peripecia hasta lograr -o no- normalizar en su entorno la expresión de su sexualidad. El momento era oportuno porque el pasado jueves se había celebrado en Mérida una concentración festejando el Día del Orgullo y el próximo domingo Madrid acogerá la gran manifestación, a la que se espera que asistan, como cada año, decenas de miles de personas.
Me encantan las manifestaciones del Día del Orgullo. No sólo porque frente a la mayoría de las manifestaciones estas han logrado expresar sus protestas con contagiosa alegría, sino porque creo que la mayor parte de quienes se manifiestan tienen una particularidad que les da un valor indiscutible: son gente que ha salido victoriosa de una batalla de afirmación personal librada la mayoría de las veces sola, o casi sola, contra el mundo que les rodea.
Mi admiración por este colectivo se acrecentó hace cinco años, en 2013, cuando este periódico publicó la historia de Ivana Zambrano Sánchez. Quizá muchos de ustedes la recuerden: Ivana Zambrano es una chica transexual que se presentó al concurso de belleza de las fiestas de su pueblo, Almendral, y salió elegida primera dama de honor. Pueden encontrar en hoy.es el vídeo del momento en que subió al escenario a recibir su banda y su ramo de flores. Había muchos aplausos, pero también había pitos. Ivana cogió el micrófono, confesó lo feliz que se sentía por esa distinción y, dirigiéndose a quienes le pitaban, dijo con un aplomo impropio de sus 19 años: «A quienes no les parezca justo que yo esté aquí, lo siento, pero es como me siento y creo que tengo el mismo derecho que todas las demás». Desde ese día Ivana es para mí una heroína, porque quien haya vivido en un pueblo (Almendral tiene alrededor de 1.300 habitantes) puede hacerse una idea de la determinación que hay que tener para hacer esa reafirmación de su sexualidad heterodoxa, que la colocaba en el centro de la diana de los comentarios, no todos comprensivos ni complacientes, de sus convecinos.
Me acordé de Ivana el domingo, cuando leí el testimonio de Estela Sevillano, la lesbiana de Azuaga que a los 15 años se arriesgó a salir del armario; de Álvaro Peralta, gay de Hinojosa del Valle que confesaba, ahora feliz porque además es padre, la angustia hasta decírselo a su familia, además de las cautelas que todavía toma cuando se topa “con un grupo de chicos muy machitos”; de Daniel Quijada, el bisexual que tiene que pelear contra una doble incomprensión; y de Laura Corbacho, cacereña también de 19 años y también transexual como Ivana, que contaba que la semana pasada había puesto una denuncia en comisaría porque un grupo de matasietes, al salir de su instituto, la insultaron y le tiraron piedras. Y lo contaba con esa tranquilidad que sólo tienen los fuertes: “Denuncié porque mis amigos me animaron. Me han insultado muchas veces, pero ya ni me acuerdo”.
Historias de orgullo. Y de coraje.