No conozco, y mucho me temo que no conoceré nunca, a ningún político de verdad comprometido con la independencia de los medios de comunicación. A todos les gustaría tenerlos bajo control. No creo, por tanto, a nadie con responsabilidades políticas devoto de la libertad para publicar lo que los medios consideren oportuno. Esta es mi conclusión, que a estas alturas no es ni dulce ni amarga, después de casi 40 años en el oficio.
Es verdad que no todos los políticos tratan de atar corto a los medios del mismo modo: hay quien declara la guerra sin tapujos a los periodistas que no les gustan o a los medios cuya línea editorial va por libre y otros se muestran formalmente más moderados. Entre los primeros, los más audaces son los que piden directamente la cabeza del periodista en cuestión y además tratan de ahogar económicamente al medio díscolo retirando publicidad institucional, pidiendo a las empresas que no se anuncien, boicoteando la compra de ejemplares… Los segundos van con disfraz, de modo que cuando se les pregunta responden que su compromiso con la libertad de información es inquebrantable, indesmayable, eterna, etcétera y luego, bajo la mesa, maniobran para que esa libertad se oriente de modo que se use para decir cuantas más cosas en su favor mejor. A los periodistas les corresponde resistir esa presión. Los que lo consiguen, los que no son controlables por ningún político, sea del partido que sea, son los fiables. Hay periodistas que cuentan con un raro patrimonio: desconfían de ellos todos los políticos, y eso es indicio de independencia.
Uno de los problemas que tenemos los periodistas es escandalizarnos porque los políticos nos malquieran y por creer que deberían respetarnos y protegernos en nuestra tarea de meterles el dedo en el ojo. Esta actitud ilusa por nuestra parte no decae y también temo mucho que no la veré decaer nunca. Y es una equivocación. No acabamos de enterarnos de que el poder es así, a pesar de que de su vigilancia, que es parte importante de nuestro trabajo, deberíamos haber aprendido cuáles son las reglas del juego. La naturaleza del poder obliga a lograr que se hagan realidad sus propósitos y entre las cosas que hay que hacer para conseguirlo no está precisamente dar facilidades a quienes tratan de fiscalizar de qué modo lo ejerce quien lo ejerce.
Digo todo esto porque en los últimos días se está renovando el Consejo de Administración de RTVE y se nos está vendiendo como una oportunidad para liberar los telediarios del control político. Es verdad que el PP no tocará pito en esta nueva etapa porque no va a tener a nadie en el Consejo de Administración para que lo haga, y eso, a la vista de los que ha hecho, es un alivio. Pero que los telediarios dejen de estar dominados por el PP no hará que RTVE sea un oasis de información libre. No lo será mientras sean los partidos los que manden en la empresa. Sea el PP o sea Podemos –para el que, como para el resto, la mejor información es la que pueda controlar– la realidad no cambia: seguirá habiendo unas gallinas y un zorro.