En los últimos días no se me ha quitado de la cabeza un escritor negro norteamericano que se llamaba Chester Himes y que aparecía en la añorada colección ‘El club del misterio’, de Bruguera, quizás la editorial que más contribuyó a dar a conocer en nuestro país a escritores tan notables como Raymond Chandler, Dashiell Hammet, Ross MacDonald, Jim Thompson, James M. Cain, James Ellroy, Patricia Highsmith… Chester Himes era conocido sobre todo porque fue uno de los primeros en trazar en sus novelas negras un retrato de la gente de su raza tan realistamente descarnado como otros escritores negros atrapados en la dicotomía negros víctimas-blancos victimarios trataban a los delincuentes blancos.
Me he acordado de Himes porque tal vez la que sea su novela más conocida se titula ‘Un ciego con una pistola’, una narración que, aunque luego va por otros derroteros, está inspirada en una historia que, según cuenta el novelista, le llegó así: “Un amigo mío, Phil Lomax, me contó que un ciego había disparado con una pistola contra un hombre que le había abofeteado en el metro y que había matado a un espectador inocente que leía tranquilo su periódico al otro lado del paseo. Y pensé: maldita sea, igual que las noticias de hoy”.
Creo que las decisiones y rectificaciones del Gobierno de Pedro Sánchez, es decir, las noticias de hoy, de ayer, y de los cien días que lleva rigiendo los destinos de España, son tan atolondradas y de efectos tan imprevisibles que se parecen mucho a esa escena en que el ciego del metro dispara a donde cree que está el hombre que lo ha abofeteado y sin pretenderlo mata a un señor que está leyendo tranquilamente el periódico en un parque.
La ligereza con que Pedro Sánchez asegura que preside un Gobierno «que hace lo que dice» (es su conclusión de sus cien días en La Moncloa) no viene más que a corroborar su papel de ciego armado, protagonista de este otro cuento en que se ha convertido la política española bajo su mandato, un cuento que tira al suspense porque nunca se sabe qué puede pasar y en el que las víctimas llegan por el tuntún de su rumbo. Y es que con este hombre sólo tenemos una certidumbre: el desconocimiento general de qué puede acabar haciendo, porque su anuncio (da igual lo que anuncie: blanco o negro; ahora blanco y luego negro o viceversa) nunca es definitivo.
En algunos casos, la pistola que blande Pedro Sánchez es políticamente de verdad, quiero decir, dispara y el disparo afecta a gente. El último episodio de decisión seguida de la rectificación que anteayer expresó la ministra de Defensa en el Senado, el de la venta de material de guerra a Arabia Saudí, ha puesto en peligro el empleo de miles de trabajadores de Navantia. Podría ser un juego, pero no lo es; podríamos estar jugando el papel de adalides de los Derechos Humanos, pero ha terminado descubriéndose que hemos pretendido hacerlo de la manera menos honorable: sin prever las consecuencias y envidando de farol. Un desastre. Como la historia del ciego que disparó su pistola sin saber dónde apuntaba.